domingo, 31 de julio de 2011

Juan Carlos Castellani escribió...

EJERCICIO Nº 1


Buenos Aires, 7 de Abril de 2011


Querida Alina:
           

Como te prometí, hoy te escribo una carta sobre Aristóteles, un hombre que lo sabía todo. Como mínimo es considerado el más grande naturalista de la antigüedad y, por lo tanto, que ha tenido un papel indiscutible en la Historia de la Ciencia. Hablar a la ligera de Aristóteles siempre está mal visto por los eruditos, pero yo no puedo hacerlo de otro modo, simplemente porque no sé gran cosa sobre el tema. Una vez admitidas mis limitaciones, espero que lo que te diga sea útil para tus estudios.

Aristóteles distingue entre las cosas no engendradas y eternas y las cosas generadas y corruptibles. Ente las primeras se encuentran los astros y entre las segundas, los seres vivos. De hecho, Aristóteles cree que la percepción sensible no nos permite aclarar nada acerca del mundo de las estrellas, pero en cambio nos permite aprender muchas cosas de nuestro propio mundo. Puntualiza que una hormiga o un pulpo constituyen un dominio maravilloso en el que podemos descubrir infinidad de cosas que nos llevan a pensar que nada es casual y que todo tiene una función.

En los libros de Aristóteles podrás profundizar estos conocimientos, creo que vale la pena hablar de ellos con detenimiento. Lo haré otro día cuando podamos reunirnos.

Afectuosamente, tu tío Juan Carlos.


EJERCICIO Nº 2

La casa de piedra


Recuerdo que pasaba a diario frente a la monumental casa de piedra. El caserón poseía un jardín, el cual empezaba en la calle, con sus troncos viejos, rugosos por el tiempo, sus grandes frondas y sus verdes oscuros. Las veredas de césped cerraban una “U” alrededor de la manzana que ocupaba la propiedad, como un tapizado muy prolijo con perfume a pasto recién cortado.

Sin detenerme continué hacia el fondo y allí la tierra oscura estaba húmeda. Había sectores con malezas, pilas de maderas, botellas rotas y trastos desechables. Hacia el sector izquierdo se encontraba un lavadero con caños oxidados y una vereda desnivelada. En el sector derecho un vehículo en desuso formaba la base de una pila de chatarra.

Volví al frente y descubrí a una joven recostada en un sillón al borde de una pileta, estaba inmóvil y tenía los ojos cerrados. Abrí la puerta cancel y en pocos pasos llegué hasta donde estaba. Se sorprendió y me sonrió.


EJERCICIO Nº 3

PIEL DE VERANO UNA OBRA DE ARTE

El film Piel de Verano es una obra de arte basada en una historia de amor atormentado, donde dos seres se destacan por su incoherente estructura psicológica que los hace imprevisibles.
Marcela, una muchacha que vive sola en una suntuosa mansión, cerca de una ciudad balnearia uruguaya, recibe la visita de la abuela. Es ésta la amante de un hombre rico, a cuya generosidad se debe la mansión en que vive Marcela. La abuela propone a la nieta un extraño pacto: le ofrece una colección de modelos de Dior y un año de estada en París con la condición que “entretenga” a Martín, el hijo de su amante, muchacho entre los veinticinco y los treinta años, a quien quedan unas semanas de vida: tuberculosis.
La chica acepta y pregunta qué hay que hacer para entretener a un joven y la abuela contesta: ”Creía que lo sabías”.
Marcela que ignora su trágico destino, es decir, sabe que está enfermo pero no condenado, se enamora sin rodeos. Llegan los médicos por una visita de control y deciden llevarse al enfermo a la ciudad para hacerle ciertos exámenes. Marcela queda sola; el verano pasó y un día se le acerca un cuidador de caballos, que le habla del otoño; y le recuerda que ha empezado a caerse esa piel que el sol tuesta durante el verano, justamente la piel de verano, símbolo de lo transitorio y caduco.
La muchacha piensa que ha llegado el momento de quitarse de encima la piel de verano para ir a gozar del premio de sus fatigas.
Pero Martín regresa anunciando que ya está sano: y le propone casarse con él. La inmediata reacción de Marcela es dura y despiadada: “No me casaré contigo pues no te amo y simulé la comedia de la seducción únicamente porque me prometieron una colección de Dior y un año de estada en París”. Martín se aleja desesperado y se mata: la congoja y el remordimiento quedan en el alma de Marcela.
Martín se enamora a primera vista
¿Quién es Martín? Un joven rico, que terminó sus estudios universitarios, hijo de un padre indiferente, enfermo que ignora que su dolencia es mortal. El amor a primera vista con Marcela le infundirá nuevas esperanzas, le dará nueva juventud. Este amor le sanará, para conducirlo, empero, con un gesto involuntario a la muerte.
Los poetas románticos asociaron el tema del amor con la muerte, pero ninguno de quienes exaltaron aquella unión construyó nunca su héroe sobre una base de perversidad, considerándola incompatible con ese espíritu de sacrificio y de renuncia, que invade el alma de quien inmola su vida sobre el altar del amor. Por ello queda incomprensible el gesto de Martín.
El conflicto en el corazón de Marcela
El enamoramiento de Marcela se manifiesta en el siguiente episodio, donde se aprecia el sentir de la protagonista.
Una noche, en el cine, después que el acomodador los amenaza con echarlos porque estaban haciendo lo que todos los enamorados hacen en el cine, ella le dice riéndose: “Tonto, tenemos otro lugar donde hacerlo” y su sonrisa es la de una mujer enamorada. Asimismo se comporta como si se tratara de una esposa afectuosa, manifestando preocupación cuando llegan los médicos para revisar a Martín; y en el gesto bondadoso con que se despide, alcanzándole un pullover por si acaso hiciera frío. Pero, ni bien el coche acaba de alejarse, hace un llamado telefónico a la abuela haciendo alarde del más abyecto cinismo.
De estos acontecimientos brota la convicción de que Marcela se enamora en serio y este amor entra en lucha con el cinismo de que antes había hecho alarde, sin que todavía alcance a dominarlo, tanto es así que en el desenlace éste reacciona y se impone a aquél.

Sólo el tiempo hace arte
El sentido de la vida humana es demasiado breve para poder emitir un juicio definitivo sobre esta obra artística: “solo el tiempo hace arte”.
La crítica contemporánea manifestó que la principal característica psicológica de Marcela es la ambigüedad y en su fuero interior los dos sentimientos, de amor y de cinismo, se alternan repetidamente.
En un nuevo juicio de esta realización se aprecia la belleza y vitalidad del coloquio de amor, pero se instala la incredulidad en el acto de asistir a la despiadada reacción de la protagonista, y sólo se puede considerarla como un desenlace que el autor introduce para rematar el film en una atmósfera de tragedia..
Un hito muy notable a destacar relacionado con la estructura psicológica de los personajes (y por consiguiente del dramatismo de la obra en su conjunto) y, por lo tanto, del contenido lo expresado por Boris Pasternak (*):  “ Tanto en el lenguaje hablado como en el escrito la música de las palabras no es simplemente una cuestión de sonidos. Esa música no tiene origen en la armonía de las vocales y consonantes sino en la relación entre el discurso y el sentido. Y el sentido – el contenido – debe ser siempre lo principal”.
Desde el punto de vista temático, Piel de Verano representa un progreso respecto de las obras anteriores del realizador Leopoldo Torre Nilsson, donde abundan personajes de características patológicas (mitómanos y obsesos en su mayoría).
En Piel de Verano todo el trabajo de cámara es óptimo y, sobre todo, la incorporación del paisaje atlántico en la historia de amor de los dos jóvenes, narrada con rasgos de intimidad sencilla y emotiva.
En esta realización artística el director midió con cuidado la extensión de cada secuencia y la expresividad de cada escena, infundiendo valor artístico al film, ya que ha vivificado su obra con esa chispa poética que constituye la esencia del arte.

(*) Sight and Sound, Summer 1961










lunes, 25 de julio de 2011

Diana Isabel Hernández escribió...

1 La carta
Andreita mi primita querida,

Hoy es tu cumpleaños para cantarte en francés, para besarte en castellano, para que todas las voces que extrañas atraviesen el océano pacifico y te digan Feliz cumpleaños María Andrea, para que el sonido de tu nombre completo te meta en la boca el sabor de un jugo de maracuyá, de guanábana o de mango, para que la primera voz que escuchaste, la que te hablaba desde adentro, la voz de madre, te haga querer beberte un jugo con las frutas revueltas y volver a una tarde cualquiera en tu casa de Nicolás de Federman, y que suene el ruido de la licuadora, que se vean las semillitas mezcladas en el colador y a Gloria sonriendo a través de la ventana que separaba tu cocina de tu comedor chiquito.

Hoy es tu cumpleaños para que mi carta también sea un recuerdo dulce como jugo de Gloria, en Buenos Aires las frutas para mi también son la nostalgia. Por eso mi Feliz cumpleaños es un recuerdo dulce contigo, las dos trepando por los cajones del armario de mi tío Víctor, Feliz intento de alcanzar el cofre del tesoro: esa caja antigua que  de terciopelo verde donde había tantas monedas.

Y cuando logramos llegar a las alturas del armario bajamos corriendito hasta la tienda, soportando ese peso en los bolsillos, el sacrificio que fuera necesario para obtener cada especie de dulce inventado hasta nuestros días: ácidos, con figuritas, los que cambiaban de color o los que tenían liquido por dentro, entre otros.

Corriendito atravesamos la selva que crecía al lado de la cancha de básquet, ese camino corto a la casa de la abuela, sintiendo los bolsillos llenos pero ahora leves y cómo sonaba el plástico, cómo lo íbamos apretando, pero suavecito, no vaya a ser que se aplasten o que se derritan por el calor y así que asco. Tocaba cuidar bien nuestra recompensa: las monedas que encontramos en el cofre verde se convirtieron en dulces por nuestra magia Feliz.

Así ganamos el paraíso de los niños, era tener todo el dulce del mundo en nuestra boca, podíamos chupar esos papelitos fucsias, naranjas y amarillos, teníamos los dedos azules o morados, hicimos las bombas de chicle más grandes de la historia, nos reímos con la cara llena de chicle, nos tocamos la ropa y el pelo con las manos hechas pegote, sacamos la lengua en el espejo del baño de mi tío, ese que tenía esa puerta que no se podía cerrar y pegoteamos todas las porcelanas, los dos ceniceros que formaban la bola mágica y sigamos jugando a los piratas en el camarote de mi tío, pegote el cubrelecho, pegote la pared, pegote todo el apartamento de mi abuela y que nos importa si ahora tenemos el verdadero tesoro, nuestro tesoro dulce María Andrea, nuestro propio pegote infinito, nuestras vacaciones de mitad de año, que calor, ese día Feliz, la misma edad, los mismos cachetes, la misma panza redonda y la lengua del mismo color indefinido.

Feliz ese momento, sin culpa, inocente, precioso y total. Feliz porque no hubo dolor de estomago ni un tremendo regaño de mi tío Víctor.  Feliz porque esos días, querida María Andrea, ese tiempo del cofre creó  nuestro conjuro de la felicidad.

¿Y si me falla la receta, y si he olvidado algún ingrediente fundamental, y si mi poder no es posible en esta vida real? ¡Que importa!

No importa nada porque nos quedan las palabras, siempre nos queda el tiempo para leerlas, nos une algo poderoso, somos las dos niñas que viven y chupan el dulce y  leen con el puro deseo de encontrar, por eso  hoy nos une la palabra Feliz, por esto es que yo nunca he dejado de escribir, por eso es que te escribo muchas veces Feliz.

Feliz
cumpleaños.

Te quiere poderosamente,

Diana Isabel.


2 La escena
Es hora de acostarse.  Prendo el ventilador, cierro los ojos y nada que me duermo.

Voy al baño y ahí están las malditas cucarachas, que será lo que las alborota, debe ser el verano.  No quiero ir otra vez a la cocina porque  me tienta la nevera.  Trato de ahogar una que se quiere subir en el cepillo de dientes pero la maldita sabe nadar.

Voy a la cocina, podría comer algo, lo único que me falta es que también anden metidas en la nevera.  A ver, ah no, de todas maneras tampoco hay nada para comer, la nevera está desierta, su única habitante es media manzana oxidándose desde anoche. Bueno, a ver, ¿que le puedo echar a la maldita para que se muera? Jabón en polvo, si.  

Es hora de acostarse.  Prendo el ventilador, cierro los ojos y tengo dos noticias: la mala es que las cucarachas no se mueren ni con el veneno, ni tirándoles jabón en polvo, ni ahogándolas en la pileta y  la buena es que una planta está viviendo en el baño.

Ya es hora de acostarse.  Apago el ventilador, cierro los ojos y veo la planta del baño, es tan bonita, no se puede creer que viva ahí, en un frasquito con agua nada más,  ya me dieron ganas de orinar otra vez.

Voy al baño. ¿Para qué tomé tanto mate hoy? Para callar el hambre.  Por ahí si me puedo comer otra semilla, las semillas son dietéticas, no, mejor no, hoy ya me comí una manzana y media y para colmo tomé mucha agua, ocho vasos son un litro como dice el comercial.

Ahora si es tiempo de acostarse, prendo el ventilador, cierro los ojos, no sé qué hora es, ayer dormí mucho y ahora  siento más los ruidos de la calle, agarro el celular,  ah si, puse el despertador a las seis, mañana tengo que ir a trabajar en ese lugar donde, por las fiestas, me dieron esa canasta con frutos secos (almendras de dos clases y nueces peladas y en su cáscara) vino (añejado en roble), fiambres especiales (cuidadosamente seleccionados) quesos caros (amarillos, azules y rojos).

Prendo el ventilador,  abro los ojos y también me podría hacer un santuchito ¿Por que no?


3 El articulo
Primavera, verano, otoño, invierno y, ¿otra vez invierno?

Hoy, 21 de junio, los músicos salen a las calles de Paris para celebrar el solsticio de verano. El porteño que mira en la tele esa noticia, pegado a su estufa, grita y tose al mismo tiempo ¡maldita sea, odio el invierno!
En Bogotá habrá llovido un poco por la mañana y después de medio día todo lo contrario: los que andan con paraguas tienen sombrilla para el sol de la tarde. El colombiano que estaba leyendo el clima en la página de Internet del diario el Espectador, ese que acaba de llegar a Buenos Aires porque vino a estudiar, dice muy bajito,¡mierda que hace frío, me quiero devolver pa. mi tierrita!
Y así todos nos guardamos en nuestras casas, yo hoy ni siquiera voy a ir a trabajar porque tengo gripe.

Y es que vivir en Buenos Aires nos hace quejumbrosos. No hay nada que nos venga bien, si hace calor es mucho calor y no nos gusta si estamos en la ciudad, la primavera tampoco porque también trae alergias, el otoño no porque el clima es raro y el invierno ni se diga, es lo peor.

Y dicen las señoras en la panadería: está para empollar todo el día.
Y dice un muchacho por la calle: salgo a trabajar a oscuras y cuando vuelvo a mi casa ya está otra vez oscuro. -Tengo sueño todo el día,-escucho decir a mi vecina. Y yo aquí, mirando por la ventana el edificio de en frente a través del esqueleto de un árbol, tomando algo caliente, pegándome a la estufa, contemplo el atardecer prematuro de las seis de la tarde.

En esta misma ventana y a esta misma hora, hace solo cinco meses era de día y yo estaba en remera, tratando de tomar algo del viento que iba por la calle,  con un hielo en la boca y escuchando el tuc tuc tuc del ventilador de techo.  No sabía como era el edificio de enfrente porque el árbol estaba gordo de hojas verdes.   Hoy  solo veo las palomas llevándose huesitos del árbol para construir sus nidos. Tomo el mate con mi gato en el pecho,  ronronea y se me quiere meter dentro del saco. 

Pienso en otros inviernos sin casa y sin mascota, en los que todo era triste y raro.  Hace casi cinco años, cuando llegué a Buenos Aires, era invierno.  La ciudad me pareció aburrida y triste, creía que aquí todos los árboles estaban muertos. ¿Quien iba a saber que a esos palos secos les volverían a salir las hojitas? primero se formaron como aguacates,  luego algodones y después les salieron las hojas con ese verde nuevo que yo nunca había visto.

Pasaban los días ya se me quitaba ese frío que me hacia pensar que se me iba a caer  la nariz, y el 21 de septiembre la gente guardó su ropa negra o gris para salir a las plazas de colores.  No podía creer que esa misma gente contestona y quejetas ahora andara sonriendo y regalando flores.  El día de la  primavera era real y no una metáfora, como pensaba cuando tenía veinte años y escuchaba la canción de Calamaro “que más quisiera que pasar la vida entera como estudiante el día de la primavera”.  De todas maneras no faltaba el que le estornudara a las flores, no faltaba el que dijera que todo esto es una pavada, que los estudiantes en la calle aumentan en tráfico, que el día de la primavera siempre llueve, que el mate se le enfrió.

Y poco a poco el día se alargó hasta que ya no había ocho de la noche sino ocho de la tarde.  ¿Como podía ser que siguiera siendo de día hasta tan tarde? y las gotas de sudor bajando despacito a través de mi ropa, como cuando tenía trece años y nos fuimos a vivir a  tierra caliente.
Y dicen las señoras en la panadería -No se puede estar ¡qué calor!  -la calle está terrible, -dice cada uno al llegar al alivio del aire acondicionado.  Pero a la noche no hay nadie que no esté contento, las mujeres se ven más bonitas, el carnaval los obliga a todos a salir a la calle.  Y yo al lado de esa misma ventana abierta ya no tengo aire y tengo que salir al balcón. Miro el árbol con sus hojitas, que ya pasaron a otro verde. Me tomo una cerveza, el viernes por la tarde no tengo que ir a trabajar.

Y dice mi hermana,  por el MSN -Oiga ¡que milagro! hoy es viernes y usted aquí conectada –
Estoy trabajando, -tardo en contestarle.
-¿No era que no trabajaba los viernes por la tarde? 
-Pero eso era en el verano. –Le digo
-Es que aquí siempre es verano, - Me dice, como si nada, ella que vive en tierra caliente. Pero hacía ya un mes y medio que era otoño: cada tarde llegué del trabajo y salí al balcón para barrer las hojitas.  Iban cayendo las muy rojitas, luego amarillas, se hacían un montón de colores en una sola hoja, es hermoso como todas las cosas parecen antiguas en otoño.  Y con este clima tan raro yo ya no se que ponerme – Dicen las señoras de la panadería. – Otra vez se me llenó de hojas el auto, se taparon las cañerías, llueve mucho, hace frío, hace calor.

Y hoy, 21 de junio, mientras salgo al balcón a barrer unas hojitas viejas que quedaron ahí y que no las he barrido porque si, señoras y señores, hace mucho frío para estar afuera, mirando las hojitas son completamente cafés o casi negras, secas, cubiertas de polvo, que ya están muertas definitivamente concluyo que no sirve de nada andar escuchando quejas, incluyendo las mías, si de todas maneras cada año viene de la misma manera.

Ya se que el invierno que nace duele así, en las manos, en los pies. Ya se que dicen que la humedad hace que el frío se le meta a uno en los huesos, pero ahora que ya viví cuatro veces la estación, sé como es el mecanismo: poco a poco voy a ir olvidando que hizo calor, que hubo hojas en el árbol, que el día y la noche tenían más o menos las mismas horas y por eso, hoy 21 de junio, esta es mi declaración: estoy harta de las quejas, quiero que todo el mundo sepa que me encanta el invierno, que me copa el verano, que me conmueve la primavera, que contemplo el otoño con toda mi alegría.

Y le digo a las señoras de la panadería: Cómprense un abanico (Los venden en el subte a solo 10 pesitos) quítense la bufanda si les pica, nadie se los impide.  Y a mi vecina le digo salud cuando estornuda y pateo las hojitas y si tengo calor puedo ir a mojarme la cara, y me tomo el mate tibio, porque me encanta el mate en todas sus formas.

Si señores porteños y demás habitantes de la ciudad: me encantan las estaciones en Buenos Aires, me gusta tener gripe para no ir a trabajar y  aprovecho todo esto para decir estoy contenta de que sea otra vez invierno: que haya poca luz, porque así puedo mirar para dentro y ver la primavera que nace, invisible, circular.
y luego el verano
el otoño
y otra vez el invierno,
es invierno.

4 Copiar estructuras
1
A Sebastian le sobra la disciplina que yo necesito para terminar una obra.  A mi, en cambio, me sobra la sensibilidad que el necesitaría para ver la belleza en lo inconcluso.

2
Hay Ciudades que le muestran al turismo un paisaje, una historia, una cultura.  Buenos Aires, no.  Buenos Aires va más allá de todo eso: Buenos Aires, capital mundial del diseño, inventa una ciudad para cada turista.

3
Tuve que vivir cinco años en el Trópico de capricornio para entender por que sus habitantes se sienten tan atraídos por los que venimos del trópico a secas: haber nacido en la abundancia gratuita del sol, crea en nosotros una forma inusual de dar las gracias y eso, entre otras cosas, es lo que nos hace tan seductores.

4
¿Saben que le faltó a Cortazar para ser tan grande como Borges?  Dejar el juego.

5
En Buenos Aires la sensación térmica es como su transporte público: nunca es suficiente.

5
Tener un gato: las manos rasguñadas, los muebles rotos, las plantas fuera de su alcance y el corazón lleno de sus pelitos blancos o marrones.


6
Soy el mejor en todo, buen mozo, educado, joven, pero no tanto, mis gustos en la música son excepcionales y siempre cedo el asiento a una dama.  Bueno, pero no por la mañana.


jueves, 19 de mayo de 2011

La Noche

Camino por el centro de la calle  lejos de los árboles. La luz se filtra cada tanto entre las ramas, las sombras  se mueven con el viento. La noche se hace profunda, siento su respiración. Me parece que me miran cientos de ojos.
Mis pensamientos corren entre mi viejo  y los árboles.  Paso frente a la fábrica, esta oscuro, las luces  están apagadas, no hay olor a jabón, mi viejo debe estar en casa. Yo ceno a la noche con él,  me debe estar  esperando. Estará leyendo  “EL Crónica” con un vaso de tinto para acompañar.  Me quede con el cuándo  mi vieja se fue con un tipo.  Mi viejo es bueno para la cocina, se calza la musculosa, en calzoncillos con sus viejas alpargatas  y  empieza a crear,  le gusta amasar, sentir que  sus manos van  armando la pizza. A mí me gusta  entrar a la cocina y sentir el murmullo del hervor de la sopa o algún guiso, aspirar los olores a cebollas, ajos,  repollos  o adivinar entre la sinfonía de fragancias la presencia de curry, pimienta o albahaca.
En la mañana me despierto con el aroma del café que inunda la casa. Mi viejo prepara un café marrón oscuro en unos jarros  de loza. Me levanto despacito de la cama y sin  más me voy a sentar en un banco de madera de tablas de cajón que esta frente a la ventana. Mis manos se calientan con la taza y mi imaginación corre alrededor del humo del café.  Es el tiempo que hablo con mi viejo. Hablamos  de todo, sin apuro,  nos preparamos  para enfrentar el día.  Mi viejo me cuenta sus historias, algunas son buenas, el soñaba con ser aviador, yo todavía no tengo  historia vivo el presente. Pronto he de partir y mi viejo será una parte de la historia que yo cuente.
Al llegar al puente  siento correr el agua. Huelo el olor familiar  y profundo  del arroyo, me detengo y en silencio trato de escuchar los ruidos de vida que salen de él.  Desde el puente  puedo divisar la casa de techos amarillos que me espera.
Roberto  Esnaola

Juliana Gorostegui escribió...

Un domingo casi feliz
Lo vi a Silvio, el legendario conductor de las tardes domingueras enfundado en un traje camel a cuadrillé caminar hacia la escenografía iluminada del podio, donde se encontraba la urna transparente giratoria que contenía las 27 llaves. Solo un estudiante sería el afortunado de escojer aquella que le daria a él y sus compañeros el viaje soñado a Bariloche.
Mientras esperaba por ese momento culmine de la tarde, mis manos sudorosas apretaban el papel plastificado con el número ocho de la letra times, pasaporte al premio mayor. Ya por última vez ví la luz roja del cartel “en el aire” encenderse. A pocos metros de subir los escalones del podio sentí mi garganta seca. Estaba nerviosa. Temía no poder recordar el nombre de mi colegio, ni la cantidad que eramos en la división. Respiré profundo y dirigí rapidamente mi mirada al asistente que ubicado a la izquierda de Silvio fuera de cámara me indicaba con señas que la llave ocho sería la próxima, en ese momento mis palpitaciones se aceleraron y comencé a avanzar lentamente envuelta con la bandera colorida como cábala y con el brazo en alto saludaba, aquel sector de la tribuna donde mis compañeros con cánticos desentonados me alentaban sin parar. De repente una explosión me paralizó y vi a Silvio saltar repetidas veces entre lluvias de papelitos blancos mientras cientos de estudiantes de todos los colegios se hacían dueño de la escenografía para dar cierre aquella jornada en la que me sentí tan cerca de la suerte.

Escena

Finalmente logré acomodarme. El bolso entre las piernas, la cartera hacia adelante, en una mano el celular y la otra aferrada al pasamanos. Si todo marcha bien no serán más de 20 minutos hasta Saavedra.

De pronto, algo me patea el estómago, no es un dolor fuerte, es más bien un dolor extraño. Me zambullo entre los brazos, las mochilas, las piernas de los pasajeros que apretados me rodean, me desplomo hacia abajo y logro sentarme sobre el bolso.  Nadie parece notarlo, o tal vez sí, tengo los ojos cerrados. Un sudor frío empieza a tomarme todo el cuerpo, siento la remera mojada también las manos y la cara.

Alguien me habla. Ya se me pasa, le respondo sin abrir los ojos, pero me toman de los brazos y me depositan en un asiento. Ya se me pasa, insisto, y mi voz se pierde en otras que piden un caramelo urgente. No logro abrir los ojos todavía, si tan solo me dejaran un momento sola estoy segura que se me pasaría. Necesito calmarme, respirar.

Disculpá, no me dí cuenta. ¿Comiste algo antes de salir? Tomá un caramelo… Necesito calmarme y respirar pero nadie lo nota. Dejo de resistir, un sabor dulce me invade la boca y lentamente comienzo a ver.

Valeria

viernes, 13 de mayo de 2011

Un domingo casi feliz

Lo vi a Silvio, el legendario conductor de las tardes domingueras enfundado en un traje camel a cuadrillé caminar hacia la escenografía iluminada del podio, donde se encontraba la urna transparente giratoria que contenía las 27 llaves. Solo un estudiante sería el afortunado de escojer aquella que le daria a él y sus compañeros el viaje soñado a Bariloche.

Mientras esperaba por ese momento culmine de la tarde, mis manos sudorosas apretaban el papel plastificado con el número ocho de la letra times, pasaporte al premio mayor. Ya por última vez ví la luz roja del cartel “en el aire” encenderse. A pocos metros de subir los escalones del podio sentí mi garganta seca. Estaba nerviosa. Temía no poder recordar el nombre de mi colegio, ni la cantidad que eramos en la división. Respiré profundo y dirigí rapidamente mi mirada al asistente que ubicado a la izquierda de Silvio fuera de cámara me indicaba con señas que la llave ocho sería la próxima, en ese momento mis palpitaciones se aceleraron y comencé a avanzar lentamente envuelta con la bandera colorida como cábala y con el brazo en alto saludaba, aquel sector de la tribuna donde mis compañeros con cánticos desentonados me alentaban sin parar. De repente una explosión me paralizó y vi a Silvio saltar repetidas veces entre lluvias de papelitos blancos mientras cientos de estudiantes de todos los colegios se hacían dueño de la escenografía para dar cierre aquella jornada en la que me sentí tan cerca de la suerte.

Juliana Gorostegui 

miércoles, 11 de mayo de 2011

Elena Dallegre escribió...

La carta - Ejercicio de escritura No. 1

Hola Eli, ¿Cómo estás? Tengo muchas ganas de verte y hablar con vos, lo necesito. Mientras te extrañaba, recordaba de cuando trabajábamos juntas, y me puse a escribirte. Luego me voy Belgrano en bondi, a ese grupo de los domingos, al que fuimos hace dos meses más o menos. Trato de acostumbrarme a este trabajo aburrido en parte, y otras veces estresante cuando no se producen los cambios en el tiempo esperado…Sé que debería confiar en que se solucionará, relajarme un poco más, pero mientras no se producen las soluciones da ansiedad, me preocupo... Pensar en positivo no sale fácil, espontáneamente me asusta. Es la falta de training de cargar con la mochila sola, no ver o darme cuenta que solo idealizo al que acompañe, anime, apoye…Encontrar gente así no es lo común.
Entonces obvio que extrañé tus llamados. Estás distante, me pareció raro que no llames en estos días. ¿Qué te pasó amiga, es raro? Llamé a tu casa, el domingo me atendió tu padre y luego pensé que desde que tuve esa discusión con Natalia, tu amiga ¿esto te distanció? O ¿en qué andás?
No entiendo nada, ya te conté que me dejó colgada infantilmente en el teléfono, enojada argumentando que yo no quería que ustedes sean amigas. ¡Qué tontería! ¿Por qué haría eso? Esto de separar una amistad no es lo mío. Vos me conoces, me parece un pensamiento desconfiado, celoso o dependiente el suyo. Ojalá me equivoque y no sea este el motivo por el cual estés ausente. Por ahí solamente es que estás con poco tiempo, con el trabajo y los exámenes, cansada...
¿Cómo seguís con Daniel, hay otro? jajaja  Ojalá se estén viendo. ¿En qué quedó tu proyecto de maternidad?
Por mi parte estoy atenta y con alguna leve expectativa con Augusto, de recobrar alegría y confianza en este sentido. ¿Será pedir demasiado?... Ely, me voy yendo es hora ya, espero tu llamado para tener una cena de reencuentro. Un abrazo fuerte. 
Brenda.

lunes, 9 de mayo de 2011

Escena Claudio 1. Espacio se busca y rebusca.

Espacio se busca y rebusca. Son las 17.55 hs de una tarde soleada. Estoy ansioso por ocupar un espacio. Moviendo  simultaneas veces, dando giros infinidad de veces con la fantasía del encuentro y poco concentrado en los mismos.
Solo estaba repensando ese momento por venir, hasta que sin pensarlo entre movimiento y movimiento baje mi ansiedad.
Algo ya había ocurrido para el momento ocupar un lugar.
Al sentirme menos comprimido escuchaba el sonar de la naturaleza desde el cielo hasta por el piso constantemente a medida de estar más cerca.
Cuando vi todas las luces y colores solo procure encontrar el password correcto donde se vea al mismo momento.
La alegría del password pasó a segundo plano cuando ya había encontrado ese espacio para intentar ocupar. Las miradas eran parecidas al password.
Las palabras le dibujaban un perfil más sensual que en su inicio, se iban instalando en la mente y cuerpo de cada uno.
Eso no se podía simular pasado el tiempo el password era más profundo y confiable.
Entre sílabas y sílabas se agitaba el password que pasaba a movilizar todas las sensaciones del cuerpo y aquellos que pasaba por nuestras mentes origen de este espacio.
Fuimos alternando entre oído y boca ambos cosa que nos hacia poner como un atardecer de verano.
Los cuerpos movían incesantemente eso que se nota desde el comienzo con una intensidad que solo ese sol de verano mostraba más el recorrido del encuentro.
Entre refrescarse y caliente fue como algo jamás pensado.
Estuvimos ocupando ese espacio un gran tiempo sin siquiera tomar conocimiento que algo más que deseado se había instalado.
Al darnos cuenta enfrentamos los movimientos y decidimos volver a tener un espacio ya ocupado..Mismo password la próxima ?
Escrito por Claudio.

domingo, 8 de mayo de 2011

Escena 1

La tarde cae en calma, el agua tibia y transparente acaricia nuestras pisadas. Las  huellas se desvanecen sobre nuestro andar en las arenas blancas. Una palmera intenta recostarse sobre el mar, pero por más que se esfuerce no puede.
Se hace tarde, es momento de salir de  la playa para adentrarnos en la aldea. El sendero angosto de adoquines del siglo 15 nos envuelve transportándonos en el tiempo,  estámos solos, caminando en un lugar donde ha cada paso nos sorprende y nos resulta extrañamente hermoso.

El silencio nos invade, nos llega. No me resulta extraño, es más, creo que lo estábamos esperando. Como una brisa me acaricia y me penetra, pero esta vez es diferente. Me detengo, te detienes. Me miras a los ojos y me susurras al oído: Ya es hora…

viernes, 6 de mayo de 2011

Andrés Martínez Betancourh escribió...

Para poder creer lo que significa volar en avión para mi basta con verme, se me llena la piel de sudor,  pierdo el color y gano otros, me hablan y entiendo poco. Ese día iba solo, sin ningún familiar que me tranquilizara. Esperé sentado en la helada sala del aeropuerto de bogotano, mirando con nervios los aviones que despegaban. Solo el frío de esa sala pudo evitar que me deshidratara en sudor. Yo presentía que algo iba a pasar.

Después de un corto chequeo pude ingresar al avión, y en cuanto me senté la paranoia de catástrofe entró en mí. No quería que el avión despegara, pero tampoco podía bajarme. El destino era la ciudad de Armenia; y por lo general ese vuelo no dura más de treinta minutos. Es un sube y baja inmediato. Y entonces despegó… ¿Por qué no existe otra forma de volar, por qué hay que sufrir con los despegues?, ¡Agua, por favor!, que estoy seco. No habían pasado tres minutos y ya estaba viendo en mi ventana a la muerte. El avión partió mal y empezó a desviarse. Bogotá iba a recibir mi cadáver asustado y deshidratado.

Fueron dos minutos de desorden. Casi nadie gritó porque casi todos eligieron sentarse en la hilera afortunada con vista al cielo. Para mi fueron minutos eternos, casi como medio día. Alcancé incluso a calcular en qué zona de la ciudad caería; qué iban a decir de nosotros en las noticias, ¿mostrarían mi foto?; también visualicé el sufrimiento de mis padres, los comentarios de mis amigos, todo; hasta la pena de soltería de quien sería mi esposa en el futuro, ¿Se habría casado con otro?. La mente vuele. En cuanto llegué a mi ciudad besé el suelo.

La Noche

Camino por el centro de la calle  lejos de los árboles. La luz se filtra cada tanto entre las ramas, las sombras  se mueven con el viento. La noche se hace profunda, siento su respiración. Me parece que me miran cientos de ojos.
Mis pensamientos corren entre mi viejo  y los árboles.  Paso frente a la fábrica, esta oscuro, las luces  están apagadas, no hay olor a jabón, mi viejo debe estar en casa. Yo ceno a la noche con él,  me debe estar  esperando. Estará leyendo  “EL Crónica” con un vaso de tinto para acompañar.  Me quede con el cuándo  mi vieja se fue con un tipo.  Mi viejo es bueno para la cocina, se calza la musculosa, en calzoncillos con sus viejas alpargatas  y  empieza a crear,  le gusta amasar, sentir que  sus manos van  armando la pizza. A mí me gusta  entrar a la cocina y sentir el murmullo del hervor de la sopa o algún guiso, aspirar los olores a cebollas, ajos,  repollos  o adivinar entre la sinfonía de fragancias la presencia de curry, pimienta o albahaca.
En la mañana me despierto con el aroma del café que inunda la casa. Mi viejo prepara un café marrón oscuro en unos jarros  de loza. Me levanto despacito de la cama y sin  más me voy a sentar en un banco de madera de tablas de cajón que esta frente a la ventana. Mis manos se calientan con la taza y mi imaginación corre alrededor del humo del café.  Es el tiempo que hablo con mi viejo. Hablamos  de todo, sin apuro,  nos preparamos  para enfrentar el día.  Mi viejo me cuenta sus historias, algunas son buenas, el soñaba con ser aviador, yo todavía no tengo  historia vivo el presente. Pronto he de partir y mi viejo será una parte de la historia que yo cuente.
Al llegar al puente  siento correr el agua. Huelo el olor familiar  y profundo  del arroyo, me detengo y en silencio trato de escuchar los ruidos de vida que salen de él.  Desde el puente  puedo divisar la casa de techos amarillos que me espera.
Roberto  Esnaola

jueves, 5 de mayo de 2011

LA CASA DE PIEDRA

Recuerdo que pasaba a diario frente a la monumental casa de piedra. El caserón poseía un jardín, el cual empezaba en la calle, con sus troncos viejos, rugosos por el tiempo, sus grandes frondas y sus verdes oscuros. Las veredas de césped cerraban una "U" alrededor de la manzana que ocupaba la propiedad, como un tapizado muy prolijo con perfume a pasto recién cortado. La mansión se distinguía por un rock-garden instalado en su frente. Allí se habían colocado, de manera armónica, varias piedras de las que habitualmente se encuentran en la zona costera, a las que daban vida varias especies tales como begonias de distintos colores, coníferas enanas, campánulas azules, clavelinas, verónicas y muchas otras.
Sin detenerme continué hacia el fondo y allí la tierra oscura estaba húmeda. Había sectores con malezas, pilas de maderas, botellas rotas y trastos desechables. Hacia el sector izquierdo se encontraba un lavadero con caños oxidados y una vereda desnivelada. En el sector derecho un vehículo en desuso formaba la base de una pila de chatarra.
Volví al frente y descubrí a una joven recostada en un sillón al borde de una pileta, estaba inmóvil y tenía los ojos cerrados. Abrí la puerta cancel y en pocos pasos llegué hasta donde estaba. Se sorprendió y me sonrió. Aquello fue el comienzo. Le siguieron quince días en que la ví a diario, en el mismo jardín. En nuestros encuentros hablábamos de flores y pájaros, y nos contábamos cosas, o simplemente nos quedábamos callados.
JUAN CARLOS CASTELLANI

miércoles, 4 de mayo de 2011

Se me agotaron las palabras. Todavía no entendía que hacia otra vez allí, en su departamento siempre tan despojado.
Miré la pequeña ventana tan blanca, tan fría, tan mojada. Vino por detrás y me tomó por la cintura y logró que recuerde que hacía en ese lugar. Me dio una copa de cogñac, bebí despacio y me senté en el mismo sillon que habíamos comprado hace 10 años atrás.

Él se arrodilló, levantó mi falda y pude sentir como sus manos se deslizaban por mis temblorosas piernas. Busqué su boca y luego la esquivé.
¿Como transcurrió lo demás? Ni yo lo sé. Creo que desperté al cabo de unas horas, que prendí un cigarrillo y que me vestí con una camisa que todavía tenía su perfume y que estaba tirada al pie de una lámpara que poco alumbraba.

Volví a recostarme, lo miré y vi como los años estaban marcando su cara. Siempre me gustaron sus arrugas pequeñas al costado de los ojos y su barba a medio crecer.
Ya estaba obscuro y la tarde culminó con un dormitar en el que sin querer acarició mis pies con los suyos y los corrió inmediatamente como queriendo borrar lo que acababa de hacer o como queriendo dejar atrás  todo lo que había sucedido.
Marian Gibelli

martes, 3 de mayo de 2011

La Noche

Camino por el centro de la calle  lejos de los árboles. La luz se filtra cada tanto entre las ramas, las sombras  se mueven con el viento. La noche se hace profunda, siento su respiración. Me parece que me miran cientos de ojos.
Pienso en el silencio de la noche. Paso frente a la fábrica, esta oscuro, las luces  están apagadas, no hay olor a jabón, mi padre debe estar en casa. Cuando mi madre se fue con un tipo, yo me quede con él.  Con mi viejo solo  hablo de deportes. A mí me gusta  cursar alguna materia en la UBA y estar con  amigos. Mi padre está contento con su trabajo en la fábrica, luego va al sindicato. En algún día no muy lejano voy a partir.
Mis pensamientos corren entre María  y los árboles.  No hay ruidos en su casa,  ella duerme. Con ella me entiendo bien, con una sola mirada nos decimos todo. Algunas veces nos brotamos y derrapamos  pero pronto volvemos a lo nuestro. Esta noche dejaría de comer con tal de apretarme  junto a ella. Si consigo el trabajo de Adjunto podríamos vivir juntos. De la noche parece un perro grande que me ladra  sin entender porque  sonrió. 
Al llegar al puente  siento correr el agua. Huelo el olor familiar  y profundo  del arroyo, me detengo y en silencio trato de escuchar los ruidos de vida que salen de él.  Desde el puente puedo divisar la casa de techos amarillos que me espera.
Roberto  Esnaola

Escena. Por Mariano

Hay un cartel nuevo sobre la avenida. Detenido entre los autos calculo ¿qué brilla más?¿el cielo en el atardecer de abril o las luces de neón?
Espero el semáforo, ya hace frío. En la radio suena música vieja. Un acorde, un recuerdo. Hendrix, Patricia en la playa; Purple Haze, un verano en La Paloma.
Cambia el semáforo. ¿Qué remedio me había pedido Gabriela para los chicos?

domingo, 1 de mayo de 2011

Aída María Bengochea escribió...

Ejercicio No. 2 - El párrafo


El vientoytierra se anunciaba en días de verano en que la calma solía ser más que chicha; sin embargo, siempre nos tomaba desprevenidas. Esa tarde, como de costumbre después de una siesta a medias, mi hermana y yo salimos a la vereda, acompañadas por la abuela. La vimos acomodar su sillón de mimbre para iniciar la escena eternamente ensayada de respetable señora. Nosotras, entretanto, comenzamos a rastrillar la cuadra a triciclo, mientras repartíamos “adioses” entre vecinos que respondían estoicos a la excesiva muestra de educación. Sólo detuvimos pedaleo y habla cuando el regador pasó entregando a cuentagotas olor a tierra mojada, y nos dispusimos a saltar el chorrillo como si de un río se tratase.

Debimos haber advertido, esa tarde, que el aguatero a motor no había conseguido refrescar ni un poco el pequeño mundo de nuestra cuadra. De tanto jugar bajito, tampoco percibimos que la noche se iba cerrando anticipadamente, con un calor de trópico. Y, por si fuera poco, con nuestros saludos a repetición, tapamos el ulular de fantasmas que se acercaba por lo alto.

Un segundo más y el viento desarmó sin conmiseración el cuadro previsible y siempre repetido de la vida cotidiana. Al primer ademán de la abuela por auxiliar a mi hermana, le voló el sillón y lo depositó en la esquina, envuelto en un remolino oscuro de partículas en desorden. A mí, me dejó bajo el triciclo, casi a resguardo de él mismo, como si supiera de mi terror atávico a las tormentas. Las puertas de las casas cumplieron, casi al unísono, su cometido de cerrarle el paso. Se quedó afuera sibilante, revoloteando, rasguñándonos la piel. Fue un rato, nomás, pero como siempre, una vez más, el vientoytierra nos ganó de mano.


Diana Isabel Hernández escribió...


15/12/2010

La mala noticia es que las cucarachas no se mueren ni con el veneno, ni tirándoles jabón en polvo, ni ahogándolas en la pileta. La buena es que una planta está viviendo en el baño.

La noche se me hace tan larga, que me parece ver cómo salen las raíces del potus en el vaso de vidrio.

¿Para qué tomé tanto mate hoy? Para callar el hambre. No quiero engordar, por eso anoche mi cena fue una manzana. Hoy, además de la fruta, tomé agua fría y me comí una nuez grande de la canasta navideña.

No sé qué hora es, ayer dormí mucho y ahora  siento más los ruidos de la calle y del edificio. Esta mañana tenía muchas frases poderosas para escribir, pero después no se me dio la gana, maldita navidad. 

No tengo sueño y debería tenerlo; mañana tengo que ir a trabajar en ese lugar donde, por las fiestas, me dieron una canasta con vino, fiambres, quesos caros y frutos secos.

miércoles, 27 de abril de 2011

Elena Dallegre escribió...

Ejercicio No. 2 - El párrafo

Leo el e-mail de Andrea empiezo a inquietarme, me acaba de avisar que deja
el departamento y da por terminado el contrato este mes. Miro el calendario,
faltan solo diez días, tengo que conseguir nueva gente, sentí rabia por Andrea,
que me tomó el pelo con las fechas. ¿No pudo hacerlo de otro modo? Ahora
son dos los que se van, la ida de Marcelo no era una sorpresa, hace quince días
lo supe y una semana que puse el aviso. No podía creer cómo se maneja con
trampas la gente. En una hora llega una mujer para ver el departamento y más
tarde dos hombres. Tengo que elegir bien, la espera me tortura ojalá alguien
se decida…

¡Timbre! Abro mi puerta, es la empleada de Andrea que me trae tres llaves,
me doy cuenta que falta una, enseguida lo digo, se va y mientras camina
apurada se da vuelta y dice que la que falta la dejó sobre la mesada, se sube
al remise llevando en sus manos dos palos de escobas y un balde. Decido ir a
buscar la llave, subo dos escaleras, llego y me da placer ver el sol entrando por
la ventana, son las once de la mañana los pisos de cerámica brillan limpios,
me detengo a ver la mesada alli encuentro la llave que faltaba. Quedó una
planta en el living, una bicicleta pequeña, el teléfono en el piso, bolsas grandes
y negras cerradas que deberán llevarse y otras vacías tiradas. Cajas llenas de
libros, más platos en la alacena sin embalar.

No le quedan muchas cosas para llevar, miro los cuartos están vacíos, me voy
pensando que hoy tendré bastante trabajo entre llamados y visitas. Bajando las
escaleras veo a Manolo tirado en el piso tomando sol en el patio, lo llamo para
que me vea, y rompa este silencio, no escucha sigue acurrucado durmiendo…

lunes, 25 de abril de 2011

Aída María Bengochea escribió...

Señorita Amalia:

Acabo de descubrirla sentada en un banco de plaza, aferrada a un libro, en un gesto idéntico al que asumía cuando tomaba lista entre sus alumnos de 1er. grado. Aunque de esto último han pasado ya cuarenta años, procuro ubicarme a buen resguardo de su mirada escudriñadora. De pronto temo que, apelando a algún prodigio de memoria, usted me nombre y me conmine a abandonar el cachito de césped del que me he apropiado. Pero como nada de eso pasa, me distiendo y continúo observándola con impiadosa curiosidad.

Diría que anda pisando los setenta y que era usted muy joven cuando la tuve como maestra. Pero claro, yo la miraba con los ojos de la niña que era entonces y como su severidad no tenía atenuantes, seguramente, ni una pizca de frescura juvenil le encontraba. La recuerdo con el cabello siempre recogido en la nuca y un rostro de angulosas facciones completamente descubierto. Su contextura menuda y su baja estatura tampoco la ayudaban, porque las llevaba con una rigidez de convento.

Creo que conserva mucho de su fisonomía, porque de otro modo no habría podido reconocerla. Hasta en un detalle nimio se me hace inconfundible: lleva el mismo estilo de calzado de cuando iba a la escuela. Lo único de usted que me gustaba, le aclaro. Eran zapatos de charol algunos y de gamuza otros, chiquitos y con taco. Siempre me imaginaba jugando en casa con ellos. Ahora que lo pienso, observar sus pies debió haber sido una estrategia para evitar su mirada, aunque no siempre resultase.

Recordará que practicaba usted el ritual diario de hacer pasar al frente a quien la fiereza de sus ojos escogiera. Con esa táctica para incautos, me puso, muchas veces, ante un pizarrón lleno de números y signos incomprensibles para mis seis años. Apelaba, entonces, al zamarreo como abominable método pedagógico para desgranar ideas. En esas ocasiones, debe saberlo, yo sentía mi garganta chiquita y sus zapatos acuosos. Es más, su brutal adoctrinamiento es el argumento que hasta hoy esgrimo para justificar mi odio irremediable hacia las matemáticas.

Por suerte la encontré, señorita Amalia, para decirle que no me sucedió lo mismo con la lengua. Prueba de ello es esta carta que disfruto de escribirle, a modo de tardía rebelión y merecida venganza, mientras usted lee.

Sin más y a salvo,

Aída

domingo, 24 de abril de 2011

Marian Gibelli escribió...

Creo que era un  día frío de junio o julio. No recuerdo bien, lo que si se es que hacia mucho frio. Estábamos en un bar de la calle Córdoba. De repente te perdí entre la gente, al rato volví a verte, me dijiste algo que no entendí bien, pero era algo así como que te ibas un rato. Eran las 4 de la mañana. Empecé a dar vueltas por el lugar, me encontré con alguien. Creo que estaba Guille también.

Pasaron algunas horas, el lugar comenzó a prender las luces. Vos todavía no llegabas. Salí a la calle, encima llovía, me senté en la vereda bajo algún techito. Comencé a pensar como iba hacer para volver a mi casa. Revise mis bolsillos, resultado cero peso. Busque mi celular, iba a llamarte: batería agotada. 

Miré alrededor, la gente estaba desquiciada, apurada, borracha, perdida. Quería irme, dormir y vos no llegabas. Caminé con paso firme hacia la parada de algún colectivo para ver si el conductor accedía a llevarme gratuitamente a mi casa. No hubo caso, ninguno quería llevarme. Volví a la vereda a sentarme de nuevo bajo aquel techo. 

En esa época tenias el auto blanco, Pareció una alucinación pero afortunadamente no lo era, no me habías olvidado, volviste por mí. Claro habían pasado varias horas, ya era de día, me había mojado y enfriado. Igual ya no me importaba, me iba calentita y segura a casa.

Ahora cada vez que miro para atrás te veo al lado mío, como parte de mi vida.
Espero que así sea en el futuro. Me encanta imaginarnos dentro de quince años. Vos con tu familia y yo con la mía.
 Todos jugando en el patio de mi casa, como cuando éramos chicos. Algún domingo de verano sentados en la mesa con asado y vino. Nuestros hijos correteando por el jardín. Vos sentado durmiendo la siesta bajo la parra como el nono. Yo tomando alguna copa de más y recordando siempre nuestros momentos divertidos y felices.
Me parece maravilloso, primo mío, que podamos compartirlo.
Me despido, te quiero.

sábado, 23 de abril de 2011

Ricardo Vergara escribió...

Querido Pablo:

Has sido padre por primera vez de mellizos. Espero que junto a Mónica, tu mujer, estén pasando por un momento inolvidable, ya que la paternidad y el hecho de formar una familia merece que vivan con intensidad este momento. Recuerdo nuestra última charla caminando los tres por la Rambla y La Barceloneta, cuando hablábamos cosas de la vida, los hijos, y ustedes me decían de sus ganas de ser padres.

Cuando nació  Nicolás, en 1988, vos estuviste presente esos días antes y después del parto. Estábamos en el viejo café Bartolo de la Av.Córdoba. Recuerdo el día del parto había una huelga general de la CGT a Alfonsín, mientras que era una final en tenis de Steffy Graff con Gabriela Sabattini. Mirábamos por Tv esos 2 acontecimientos.

En esas charlas compartidas, yo estaba muy ansioso con lo que estaba pasando y eso me hacia olvidar de ese momento trascendental en la vida de un hombre que es la nacimiento de un hijo. Pensaba más en las cuentas que tenía que pagar, que en mi hijo que estaba por nacer…
En esta oportunidad, debo estar compartir todas esas sensaciones pero a la distancia, vos en Barcelona y yo aquí en Buenos Aires, pero a diferencia de aquella época la tecnología nos ayuda a compartir este momento.

Te mando un saludo, a vos los niños y a Mónica, les deseo lo mejor.

miércoles, 20 de abril de 2011

Roberto Esnaola escribió...

Incógnitas del tiempo

Me cuesta entender  el tiempo. No es que lo  quiera comprender  como quienes  lo  relacionaban  con  el espacio. Solo deseo conocer como mi existencia está determinada por él.
Creo que todo empezó hace tiempo cuando caminaba con mi amigo Serafin por  el  barrio  de San Telmo. Yo era petiso, retacón, Serafin alto, elegante, de ojos claros, le decíamos “el germano”  Los dos hablamos  sobre  el tiempo, no sobre su  esencia, sino sobre  algo  más simple,  si era tiempo de  merienda. Ninguno  de  los dos calzaba  reloj  lo cual  nos  llevaba  a  disentir sobre la hora.
Los dos caminábamos  sin destino pensando  que algo bueno nos podía ocurrir. Nuestro  vagar  nos llevó a pasar frente  a una  casa  de  remates. Un  hombre bajito  y  de cabellos blancos se  dirigió al germano y le  pregunto  amablemente  que  lo  llevaba  por  ahí. El germano como al decir menciono  que  andaba  buscando  un  reloj pulsera. Al hombre le brillaron los ojitos negros y contesto “justo estamos por  rematar uno importado”. Pasamos y  nos encontramos frente al rematador, hombre elegante, de mirada  profunda y dueño de lo que ocurría. De golpe, el rematador  como quien hace un pase de dados  extrajo un brillante reloj pulsera. Este era  hermoso, sus números flotaban en el aire y el reflejo de la maquina se transmitía por todo el local como si fuera fuego de artificio. Nos miramos con el germano y los dos sentimos que ese reloj era inalcanzable para nosotros. Luego sin más empezó el remate, mientras  algunos ofertaban,  uno de atrás pregunto sobre el origen de la máquina. El rematador lo miro como sin entender  y  contesto molesto “por supuesto Suizo”. Siguió el remate y en un momento alguien dijo 30, el germano como replicando dijo bajito 40.  El rematador se paró en seco, levanto  rápido el martillo y golpeo la tabla gritando con fuerza “VENDIDO”. Nos miramos con el germano con ojos perdidos, no entendíamos  lo que estaba ocurriendo. Al final  juntamos el dinero  y salimos del local con el reloj en nuestras manos pero sin un peso.
No sabíamos bien que habíamos comprado. Caminábamos juntos en silencio, como rumiando en nuestro interior  lo sucedido. De golpe la conmoción, nos dimos  cuenta que el  reloj  no  cambiaba  las horas ni los minutos. Ni decir los segundos, estaban  tildados.  No entendíamos lo que estaba  sucediendo, en nuestra desesperación, tocábamos el reloj por todos lados a ver si lo podíamos resucitar.  Cuando agotamos todos nuestros  recursos, el germano  clavo la hoja de la navaja al costado del reloj y lo abrió. Para nuestra  gran sorpresa el reloj  carecía de  máquina en su interior.
En ese momento  no me daba cuenta de la importancia del reloj. Me sorprendía su parte interior, era inmaculadamente limpia como si nunca hubiese  tenido un  aparato. Esta  imagen  sigue  en mi  como  la  representación  del tiempo,  como un vacío  difícil de llenar. Para mí el reloj fue el motor que despertó mi curiosidad. Cuando  note que las agujas del reloj estaban quietas  me di cuenta que el tiempo igual transcurría, las cosas seguían pasando. Luego me fui dando cuenta que el tiempo es nuestra creación,  la de los seres humanos. No hay tiempo donde no hay una mente para razonar.  Medimos el tiempo a partir del Big Bang, ¿Qué habrá pasado antes?  Pregunta que  nuestro reloj no nos puede ayudar a develar.