jueves, 19 de mayo de 2011

La Noche

Camino por el centro de la calle  lejos de los árboles. La luz se filtra cada tanto entre las ramas, las sombras  se mueven con el viento. La noche se hace profunda, siento su respiración. Me parece que me miran cientos de ojos.
Mis pensamientos corren entre mi viejo  y los árboles.  Paso frente a la fábrica, esta oscuro, las luces  están apagadas, no hay olor a jabón, mi viejo debe estar en casa. Yo ceno a la noche con él,  me debe estar  esperando. Estará leyendo  “EL Crónica” con un vaso de tinto para acompañar.  Me quede con el cuándo  mi vieja se fue con un tipo.  Mi viejo es bueno para la cocina, se calza la musculosa, en calzoncillos con sus viejas alpargatas  y  empieza a crear,  le gusta amasar, sentir que  sus manos van  armando la pizza. A mí me gusta  entrar a la cocina y sentir el murmullo del hervor de la sopa o algún guiso, aspirar los olores a cebollas, ajos,  repollos  o adivinar entre la sinfonía de fragancias la presencia de curry, pimienta o albahaca.
En la mañana me despierto con el aroma del café que inunda la casa. Mi viejo prepara un café marrón oscuro en unos jarros  de loza. Me levanto despacito de la cama y sin  más me voy a sentar en un banco de madera de tablas de cajón que esta frente a la ventana. Mis manos se calientan con la taza y mi imaginación corre alrededor del humo del café.  Es el tiempo que hablo con mi viejo. Hablamos  de todo, sin apuro,  nos preparamos  para enfrentar el día.  Mi viejo me cuenta sus historias, algunas son buenas, el soñaba con ser aviador, yo todavía no tengo  historia vivo el presente. Pronto he de partir y mi viejo será una parte de la historia que yo cuente.
Al llegar al puente  siento correr el agua. Huelo el olor familiar  y profundo  del arroyo, me detengo y en silencio trato de escuchar los ruidos de vida que salen de él.  Desde el puente  puedo divisar la casa de techos amarillos que me espera.
Roberto  Esnaola

Juliana Gorostegui escribió...

Un domingo casi feliz
Lo vi a Silvio, el legendario conductor de las tardes domingueras enfundado en un traje camel a cuadrillé caminar hacia la escenografía iluminada del podio, donde se encontraba la urna transparente giratoria que contenía las 27 llaves. Solo un estudiante sería el afortunado de escojer aquella que le daria a él y sus compañeros el viaje soñado a Bariloche.
Mientras esperaba por ese momento culmine de la tarde, mis manos sudorosas apretaban el papel plastificado con el número ocho de la letra times, pasaporte al premio mayor. Ya por última vez ví la luz roja del cartel “en el aire” encenderse. A pocos metros de subir los escalones del podio sentí mi garganta seca. Estaba nerviosa. Temía no poder recordar el nombre de mi colegio, ni la cantidad que eramos en la división. Respiré profundo y dirigí rapidamente mi mirada al asistente que ubicado a la izquierda de Silvio fuera de cámara me indicaba con señas que la llave ocho sería la próxima, en ese momento mis palpitaciones se aceleraron y comencé a avanzar lentamente envuelta con la bandera colorida como cábala y con el brazo en alto saludaba, aquel sector de la tribuna donde mis compañeros con cánticos desentonados me alentaban sin parar. De repente una explosión me paralizó y vi a Silvio saltar repetidas veces entre lluvias de papelitos blancos mientras cientos de estudiantes de todos los colegios se hacían dueño de la escenografía para dar cierre aquella jornada en la que me sentí tan cerca de la suerte.

Escena

Finalmente logré acomodarme. El bolso entre las piernas, la cartera hacia adelante, en una mano el celular y la otra aferrada al pasamanos. Si todo marcha bien no serán más de 20 minutos hasta Saavedra.

De pronto, algo me patea el estómago, no es un dolor fuerte, es más bien un dolor extraño. Me zambullo entre los brazos, las mochilas, las piernas de los pasajeros que apretados me rodean, me desplomo hacia abajo y logro sentarme sobre el bolso.  Nadie parece notarlo, o tal vez sí, tengo los ojos cerrados. Un sudor frío empieza a tomarme todo el cuerpo, siento la remera mojada también las manos y la cara.

Alguien me habla. Ya se me pasa, le respondo sin abrir los ojos, pero me toman de los brazos y me depositan en un asiento. Ya se me pasa, insisto, y mi voz se pierde en otras que piden un caramelo urgente. No logro abrir los ojos todavía, si tan solo me dejaran un momento sola estoy segura que se me pasaría. Necesito calmarme, respirar.

Disculpá, no me dí cuenta. ¿Comiste algo antes de salir? Tomá un caramelo… Necesito calmarme y respirar pero nadie lo nota. Dejo de resistir, un sabor dulce me invade la boca y lentamente comienzo a ver.

Valeria

viernes, 13 de mayo de 2011

Un domingo casi feliz

Lo vi a Silvio, el legendario conductor de las tardes domingueras enfundado en un traje camel a cuadrillé caminar hacia la escenografía iluminada del podio, donde se encontraba la urna transparente giratoria que contenía las 27 llaves. Solo un estudiante sería el afortunado de escojer aquella que le daria a él y sus compañeros el viaje soñado a Bariloche.

Mientras esperaba por ese momento culmine de la tarde, mis manos sudorosas apretaban el papel plastificado con el número ocho de la letra times, pasaporte al premio mayor. Ya por última vez ví la luz roja del cartel “en el aire” encenderse. A pocos metros de subir los escalones del podio sentí mi garganta seca. Estaba nerviosa. Temía no poder recordar el nombre de mi colegio, ni la cantidad que eramos en la división. Respiré profundo y dirigí rapidamente mi mirada al asistente que ubicado a la izquierda de Silvio fuera de cámara me indicaba con señas que la llave ocho sería la próxima, en ese momento mis palpitaciones se aceleraron y comencé a avanzar lentamente envuelta con la bandera colorida como cábala y con el brazo en alto saludaba, aquel sector de la tribuna donde mis compañeros con cánticos desentonados me alentaban sin parar. De repente una explosión me paralizó y vi a Silvio saltar repetidas veces entre lluvias de papelitos blancos mientras cientos de estudiantes de todos los colegios se hacían dueño de la escenografía para dar cierre aquella jornada en la que me sentí tan cerca de la suerte.

Juliana Gorostegui 

miércoles, 11 de mayo de 2011

Elena Dallegre escribió...

La carta - Ejercicio de escritura No. 1

Hola Eli, ¿Cómo estás? Tengo muchas ganas de verte y hablar con vos, lo necesito. Mientras te extrañaba, recordaba de cuando trabajábamos juntas, y me puse a escribirte. Luego me voy Belgrano en bondi, a ese grupo de los domingos, al que fuimos hace dos meses más o menos. Trato de acostumbrarme a este trabajo aburrido en parte, y otras veces estresante cuando no se producen los cambios en el tiempo esperado…Sé que debería confiar en que se solucionará, relajarme un poco más, pero mientras no se producen las soluciones da ansiedad, me preocupo... Pensar en positivo no sale fácil, espontáneamente me asusta. Es la falta de training de cargar con la mochila sola, no ver o darme cuenta que solo idealizo al que acompañe, anime, apoye…Encontrar gente así no es lo común.
Entonces obvio que extrañé tus llamados. Estás distante, me pareció raro que no llames en estos días. ¿Qué te pasó amiga, es raro? Llamé a tu casa, el domingo me atendió tu padre y luego pensé que desde que tuve esa discusión con Natalia, tu amiga ¿esto te distanció? O ¿en qué andás?
No entiendo nada, ya te conté que me dejó colgada infantilmente en el teléfono, enojada argumentando que yo no quería que ustedes sean amigas. ¡Qué tontería! ¿Por qué haría eso? Esto de separar una amistad no es lo mío. Vos me conoces, me parece un pensamiento desconfiado, celoso o dependiente el suyo. Ojalá me equivoque y no sea este el motivo por el cual estés ausente. Por ahí solamente es que estás con poco tiempo, con el trabajo y los exámenes, cansada...
¿Cómo seguís con Daniel, hay otro? jajaja  Ojalá se estén viendo. ¿En qué quedó tu proyecto de maternidad?
Por mi parte estoy atenta y con alguna leve expectativa con Augusto, de recobrar alegría y confianza en este sentido. ¿Será pedir demasiado?... Ely, me voy yendo es hora ya, espero tu llamado para tener una cena de reencuentro. Un abrazo fuerte. 
Brenda.

lunes, 9 de mayo de 2011

Escena Claudio 1. Espacio se busca y rebusca.

Espacio se busca y rebusca. Son las 17.55 hs de una tarde soleada. Estoy ansioso por ocupar un espacio. Moviendo  simultaneas veces, dando giros infinidad de veces con la fantasía del encuentro y poco concentrado en los mismos.
Solo estaba repensando ese momento por venir, hasta que sin pensarlo entre movimiento y movimiento baje mi ansiedad.
Algo ya había ocurrido para el momento ocupar un lugar.
Al sentirme menos comprimido escuchaba el sonar de la naturaleza desde el cielo hasta por el piso constantemente a medida de estar más cerca.
Cuando vi todas las luces y colores solo procure encontrar el password correcto donde se vea al mismo momento.
La alegría del password pasó a segundo plano cuando ya había encontrado ese espacio para intentar ocupar. Las miradas eran parecidas al password.
Las palabras le dibujaban un perfil más sensual que en su inicio, se iban instalando en la mente y cuerpo de cada uno.
Eso no se podía simular pasado el tiempo el password era más profundo y confiable.
Entre sílabas y sílabas se agitaba el password que pasaba a movilizar todas las sensaciones del cuerpo y aquellos que pasaba por nuestras mentes origen de este espacio.
Fuimos alternando entre oído y boca ambos cosa que nos hacia poner como un atardecer de verano.
Los cuerpos movían incesantemente eso que se nota desde el comienzo con una intensidad que solo ese sol de verano mostraba más el recorrido del encuentro.
Entre refrescarse y caliente fue como algo jamás pensado.
Estuvimos ocupando ese espacio un gran tiempo sin siquiera tomar conocimiento que algo más que deseado se había instalado.
Al darnos cuenta enfrentamos los movimientos y decidimos volver a tener un espacio ya ocupado..Mismo password la próxima ?
Escrito por Claudio.

domingo, 8 de mayo de 2011

Escena 1

La tarde cae en calma, el agua tibia y transparente acaricia nuestras pisadas. Las  huellas se desvanecen sobre nuestro andar en las arenas blancas. Una palmera intenta recostarse sobre el mar, pero por más que se esfuerce no puede.
Se hace tarde, es momento de salir de  la playa para adentrarnos en la aldea. El sendero angosto de adoquines del siglo 15 nos envuelve transportándonos en el tiempo,  estámos solos, caminando en un lugar donde ha cada paso nos sorprende y nos resulta extrañamente hermoso.

El silencio nos invade, nos llega. No me resulta extraño, es más, creo que lo estábamos esperando. Como una brisa me acaricia y me penetra, pero esta vez es diferente. Me detengo, te detienes. Me miras a los ojos y me susurras al oído: Ya es hora…

viernes, 6 de mayo de 2011

Andrés Martínez Betancourh escribió...

Para poder creer lo que significa volar en avión para mi basta con verme, se me llena la piel de sudor,  pierdo el color y gano otros, me hablan y entiendo poco. Ese día iba solo, sin ningún familiar que me tranquilizara. Esperé sentado en la helada sala del aeropuerto de bogotano, mirando con nervios los aviones que despegaban. Solo el frío de esa sala pudo evitar que me deshidratara en sudor. Yo presentía que algo iba a pasar.

Después de un corto chequeo pude ingresar al avión, y en cuanto me senté la paranoia de catástrofe entró en mí. No quería que el avión despegara, pero tampoco podía bajarme. El destino era la ciudad de Armenia; y por lo general ese vuelo no dura más de treinta minutos. Es un sube y baja inmediato. Y entonces despegó… ¿Por qué no existe otra forma de volar, por qué hay que sufrir con los despegues?, ¡Agua, por favor!, que estoy seco. No habían pasado tres minutos y ya estaba viendo en mi ventana a la muerte. El avión partió mal y empezó a desviarse. Bogotá iba a recibir mi cadáver asustado y deshidratado.

Fueron dos minutos de desorden. Casi nadie gritó porque casi todos eligieron sentarse en la hilera afortunada con vista al cielo. Para mi fueron minutos eternos, casi como medio día. Alcancé incluso a calcular en qué zona de la ciudad caería; qué iban a decir de nosotros en las noticias, ¿mostrarían mi foto?; también visualicé el sufrimiento de mis padres, los comentarios de mis amigos, todo; hasta la pena de soltería de quien sería mi esposa en el futuro, ¿Se habría casado con otro?. La mente vuele. En cuanto llegué a mi ciudad besé el suelo.

La Noche

Camino por el centro de la calle  lejos de los árboles. La luz se filtra cada tanto entre las ramas, las sombras  se mueven con el viento. La noche se hace profunda, siento su respiración. Me parece que me miran cientos de ojos.
Mis pensamientos corren entre mi viejo  y los árboles.  Paso frente a la fábrica, esta oscuro, las luces  están apagadas, no hay olor a jabón, mi viejo debe estar en casa. Yo ceno a la noche con él,  me debe estar  esperando. Estará leyendo  “EL Crónica” con un vaso de tinto para acompañar.  Me quede con el cuándo  mi vieja se fue con un tipo.  Mi viejo es bueno para la cocina, se calza la musculosa, en calzoncillos con sus viejas alpargatas  y  empieza a crear,  le gusta amasar, sentir que  sus manos van  armando la pizza. A mí me gusta  entrar a la cocina y sentir el murmullo del hervor de la sopa o algún guiso, aspirar los olores a cebollas, ajos,  repollos  o adivinar entre la sinfonía de fragancias la presencia de curry, pimienta o albahaca.
En la mañana me despierto con el aroma del café que inunda la casa. Mi viejo prepara un café marrón oscuro en unos jarros  de loza. Me levanto despacito de la cama y sin  más me voy a sentar en un banco de madera de tablas de cajón que esta frente a la ventana. Mis manos se calientan con la taza y mi imaginación corre alrededor del humo del café.  Es el tiempo que hablo con mi viejo. Hablamos  de todo, sin apuro,  nos preparamos  para enfrentar el día.  Mi viejo me cuenta sus historias, algunas son buenas, el soñaba con ser aviador, yo todavía no tengo  historia vivo el presente. Pronto he de partir y mi viejo será una parte de la historia que yo cuente.
Al llegar al puente  siento correr el agua. Huelo el olor familiar  y profundo  del arroyo, me detengo y en silencio trato de escuchar los ruidos de vida que salen de él.  Desde el puente  puedo divisar la casa de techos amarillos que me espera.
Roberto  Esnaola

jueves, 5 de mayo de 2011

LA CASA DE PIEDRA

Recuerdo que pasaba a diario frente a la monumental casa de piedra. El caserón poseía un jardín, el cual empezaba en la calle, con sus troncos viejos, rugosos por el tiempo, sus grandes frondas y sus verdes oscuros. Las veredas de césped cerraban una "U" alrededor de la manzana que ocupaba la propiedad, como un tapizado muy prolijo con perfume a pasto recién cortado. La mansión se distinguía por un rock-garden instalado en su frente. Allí se habían colocado, de manera armónica, varias piedras de las que habitualmente se encuentran en la zona costera, a las que daban vida varias especies tales como begonias de distintos colores, coníferas enanas, campánulas azules, clavelinas, verónicas y muchas otras.
Sin detenerme continué hacia el fondo y allí la tierra oscura estaba húmeda. Había sectores con malezas, pilas de maderas, botellas rotas y trastos desechables. Hacia el sector izquierdo se encontraba un lavadero con caños oxidados y una vereda desnivelada. En el sector derecho un vehículo en desuso formaba la base de una pila de chatarra.
Volví al frente y descubrí a una joven recostada en un sillón al borde de una pileta, estaba inmóvil y tenía los ojos cerrados. Abrí la puerta cancel y en pocos pasos llegué hasta donde estaba. Se sorprendió y me sonrió. Aquello fue el comienzo. Le siguieron quince días en que la ví a diario, en el mismo jardín. En nuestros encuentros hablábamos de flores y pájaros, y nos contábamos cosas, o simplemente nos quedábamos callados.
JUAN CARLOS CASTELLANI

miércoles, 4 de mayo de 2011

Se me agotaron las palabras. Todavía no entendía que hacia otra vez allí, en su departamento siempre tan despojado.
Miré la pequeña ventana tan blanca, tan fría, tan mojada. Vino por detrás y me tomó por la cintura y logró que recuerde que hacía en ese lugar. Me dio una copa de cogñac, bebí despacio y me senté en el mismo sillon que habíamos comprado hace 10 años atrás.

Él se arrodilló, levantó mi falda y pude sentir como sus manos se deslizaban por mis temblorosas piernas. Busqué su boca y luego la esquivé.
¿Como transcurrió lo demás? Ni yo lo sé. Creo que desperté al cabo de unas horas, que prendí un cigarrillo y que me vestí con una camisa que todavía tenía su perfume y que estaba tirada al pie de una lámpara que poco alumbraba.

Volví a recostarme, lo miré y vi como los años estaban marcando su cara. Siempre me gustaron sus arrugas pequeñas al costado de los ojos y su barba a medio crecer.
Ya estaba obscuro y la tarde culminó con un dormitar en el que sin querer acarició mis pies con los suyos y los corrió inmediatamente como queriendo borrar lo que acababa de hacer o como queriendo dejar atrás  todo lo que había sucedido.
Marian Gibelli

martes, 3 de mayo de 2011

La Noche

Camino por el centro de la calle  lejos de los árboles. La luz se filtra cada tanto entre las ramas, las sombras  se mueven con el viento. La noche se hace profunda, siento su respiración. Me parece que me miran cientos de ojos.
Pienso en el silencio de la noche. Paso frente a la fábrica, esta oscuro, las luces  están apagadas, no hay olor a jabón, mi padre debe estar en casa. Cuando mi madre se fue con un tipo, yo me quede con él.  Con mi viejo solo  hablo de deportes. A mí me gusta  cursar alguna materia en la UBA y estar con  amigos. Mi padre está contento con su trabajo en la fábrica, luego va al sindicato. En algún día no muy lejano voy a partir.
Mis pensamientos corren entre María  y los árboles.  No hay ruidos en su casa,  ella duerme. Con ella me entiendo bien, con una sola mirada nos decimos todo. Algunas veces nos brotamos y derrapamos  pero pronto volvemos a lo nuestro. Esta noche dejaría de comer con tal de apretarme  junto a ella. Si consigo el trabajo de Adjunto podríamos vivir juntos. De la noche parece un perro grande que me ladra  sin entender porque  sonrió. 
Al llegar al puente  siento correr el agua. Huelo el olor familiar  y profundo  del arroyo, me detengo y en silencio trato de escuchar los ruidos de vida que salen de él.  Desde el puente puedo divisar la casa de techos amarillos que me espera.
Roberto  Esnaola

Escena. Por Mariano

Hay un cartel nuevo sobre la avenida. Detenido entre los autos calculo ¿qué brilla más?¿el cielo en el atardecer de abril o las luces de neón?
Espero el semáforo, ya hace frío. En la radio suena música vieja. Un acorde, un recuerdo. Hendrix, Patricia en la playa; Purple Haze, un verano en La Paloma.
Cambia el semáforo. ¿Qué remedio me había pedido Gabriela para los chicos?

domingo, 1 de mayo de 2011

Aída María Bengochea escribió...

Ejercicio No. 2 - El párrafo


El vientoytierra se anunciaba en días de verano en que la calma solía ser más que chicha; sin embargo, siempre nos tomaba desprevenidas. Esa tarde, como de costumbre después de una siesta a medias, mi hermana y yo salimos a la vereda, acompañadas por la abuela. La vimos acomodar su sillón de mimbre para iniciar la escena eternamente ensayada de respetable señora. Nosotras, entretanto, comenzamos a rastrillar la cuadra a triciclo, mientras repartíamos “adioses” entre vecinos que respondían estoicos a la excesiva muestra de educación. Sólo detuvimos pedaleo y habla cuando el regador pasó entregando a cuentagotas olor a tierra mojada, y nos dispusimos a saltar el chorrillo como si de un río se tratase.

Debimos haber advertido, esa tarde, que el aguatero a motor no había conseguido refrescar ni un poco el pequeño mundo de nuestra cuadra. De tanto jugar bajito, tampoco percibimos que la noche se iba cerrando anticipadamente, con un calor de trópico. Y, por si fuera poco, con nuestros saludos a repetición, tapamos el ulular de fantasmas que se acercaba por lo alto.

Un segundo más y el viento desarmó sin conmiseración el cuadro previsible y siempre repetido de la vida cotidiana. Al primer ademán de la abuela por auxiliar a mi hermana, le voló el sillón y lo depositó en la esquina, envuelto en un remolino oscuro de partículas en desorden. A mí, me dejó bajo el triciclo, casi a resguardo de él mismo, como si supiera de mi terror atávico a las tormentas. Las puertas de las casas cumplieron, casi al unísono, su cometido de cerrarle el paso. Se quedó afuera sibilante, revoloteando, rasguñándonos la piel. Fue un rato, nomás, pero como siempre, una vez más, el vientoytierra nos ganó de mano.


Diana Isabel Hernández escribió...


15/12/2010

La mala noticia es que las cucarachas no se mueren ni con el veneno, ni tirándoles jabón en polvo, ni ahogándolas en la pileta. La buena es que una planta está viviendo en el baño.

La noche se me hace tan larga, que me parece ver cómo salen las raíces del potus en el vaso de vidrio.

¿Para qué tomé tanto mate hoy? Para callar el hambre. No quiero engordar, por eso anoche mi cena fue una manzana. Hoy, además de la fruta, tomé agua fría y me comí una nuez grande de la canasta navideña.

No sé qué hora es, ayer dormí mucho y ahora  siento más los ruidos de la calle y del edificio. Esta mañana tenía muchas frases poderosas para escribir, pero después no se me dio la gana, maldita navidad. 

No tengo sueño y debería tenerlo; mañana tengo que ir a trabajar en ese lugar donde, por las fiestas, me dieron una canasta con vino, fiambres, quesos caros y frutos secos.