1 La carta
Andreita mi primita querida,
Hoy es tu cumpleaños para cantarte en francés, para besarte en castellano, para que todas las voces que extrañas atraviesen el océano pacifico y te digan Feliz cumpleaños María Andrea, para que el sonido de tu nombre completo te meta en la boca el sabor de un jugo de maracuyá, de guanábana o de mango, para que la primera voz que escuchaste, la que te hablaba desde adentro, la voz de madre, te haga querer beberte un jugo con las frutas revueltas y volver a una tarde cualquiera en tu casa de Nicolás de Federman, y que suene el ruido de la licuadora, que se vean las semillitas mezcladas en el colador y a Gloria sonriendo a través de la ventana que separaba tu cocina de tu comedor chiquito.
Hoy es tu cumpleaños para que mi carta también sea un recuerdo dulce como jugo de Gloria, en Buenos Aires las frutas para mi también son la nostalgia. Por eso mi Feliz cumpleaños es un recuerdo dulce contigo, las dos trepando por los cajones del armario de mi tío Víctor, Feliz intento de alcanzar el cofre del tesoro: esa caja antigua que de terciopelo verde donde había tantas monedas.
Y cuando logramos llegar a las alturas del armario bajamos corriendito hasta la tienda, soportando ese peso en los bolsillos, el sacrificio que fuera necesario para obtener cada especie de dulce inventado hasta nuestros días: ácidos, con figuritas, los que cambiaban de color o los que tenían liquido por dentro, entre otros.
Corriendito atravesamos la selva que crecía al lado de la cancha de básquet, ese camino corto a la casa de la abuela, sintiendo los bolsillos llenos pero ahora leves y cómo sonaba el plástico, cómo lo íbamos apretando, pero suavecito, no vaya a ser que se aplasten o que se derritan por el calor y así que asco. Tocaba cuidar bien nuestra recompensa: las monedas que encontramos en el cofre verde se convirtieron en dulces por nuestra magia Feliz.
Así ganamos el paraíso de los niños, era tener todo el dulce del mundo en nuestra boca, podíamos chupar esos papelitos fucsias, naranjas y amarillos, teníamos los dedos azules o morados, hicimos las bombas de chicle más grandes de la historia, nos reímos con la cara llena de chicle, nos tocamos la ropa y el pelo con las manos hechas pegote, sacamos la lengua en el espejo del baño de mi tío, ese que tenía esa puerta que no se podía cerrar y pegoteamos todas las porcelanas, los dos ceniceros que formaban la bola mágica y sigamos jugando a los piratas en el camarote de mi tío, pegote el cubrelecho, pegote la pared, pegote todo el apartamento de mi abuela y que nos importa si ahora tenemos el verdadero tesoro, nuestro tesoro dulce María Andrea, nuestro propio pegote infinito, nuestras vacaciones de mitad de año, que calor, ese día Feliz, la misma edad, los mismos cachetes, la misma panza redonda y la lengua del mismo color indefinido.
Feliz ese momento, sin culpa, inocente, precioso y total. Feliz porque no hubo dolor de estomago ni un tremendo regaño de mi tío Víctor. Feliz porque esos días, querida María Andrea, ese tiempo del cofre creó nuestro conjuro de la felicidad.
¿Y si me falla la receta, y si he olvidado algún ingrediente fundamental, y si mi poder no es posible en esta vida real? ¡Que importa!
No importa nada porque nos quedan las palabras, siempre nos queda el tiempo para leerlas, nos une algo poderoso, somos las dos niñas que viven y chupan el dulce y leen con el puro deseo de encontrar, por eso hoy nos une la palabra Feliz, por esto es que yo nunca he dejado de escribir, por eso es que te escribo muchas veces Feliz.
Feliz
cumpleaños.
Te quiere poderosamente,
Diana Isabel.
2 La escena
Es hora de acostarse. Prendo el ventilador, cierro los ojos y nada que me duermo.
Voy al baño y ahí están las malditas cucarachas, que será lo que las alborota, debe ser el verano. No quiero ir otra vez a la cocina porque me tienta la nevera. Trato de ahogar una que se quiere subir en el cepillo de dientes pero la maldita sabe nadar.
Voy a la cocina, podría comer algo, lo único que me falta es que también anden metidas en la nevera. A ver, ah no, de todas maneras tampoco hay nada para comer, la nevera está desierta, su única habitante es media manzana oxidándose desde anoche. Bueno, a ver, ¿que le puedo echar a la maldita para que se muera? Jabón en polvo, si.
Es hora de acostarse. Prendo el ventilador, cierro los ojos y tengo dos noticias: la mala es que las cucarachas no se mueren ni con el veneno, ni tirándoles jabón en polvo, ni ahogándolas en la pileta y la buena es que una planta está viviendo en el baño.
Ya es hora de acostarse. Apago el ventilador, cierro los ojos y veo la planta del baño, es tan bonita, no se puede creer que viva ahí, en un frasquito con agua nada más, ya me dieron ganas de orinar otra vez.
Voy al baño. ¿Para qué tomé tanto mate hoy? Para callar el hambre. Por ahí si me puedo comer otra semilla, las semillas son dietéticas, no, mejor no, hoy ya me comí una manzana y media y para colmo tomé mucha agua, ocho vasos son un litro como dice el comercial.
Ahora si es tiempo de acostarse, prendo el ventilador, cierro los ojos, no sé qué hora es, ayer dormí mucho y ahora siento más los ruidos de la calle, agarro el celular, ah si, puse el despertador a las seis, mañana tengo que ir a trabajar en ese lugar donde, por las fiestas, me dieron esa canasta con frutos secos (almendras de dos clases y nueces peladas y en su cáscara) vino (añejado en roble), fiambres especiales (cuidadosamente seleccionados) quesos caros (amarillos, azules y rojos).
Prendo el ventilador, abro los ojos y también me podría hacer un santuchito ¿Por que no?
3 El articulo
Primavera, verano, otoño, invierno y, ¿otra vez invierno?
Hoy, 21 de junio, los músicos salen a las calles de Paris para celebrar el solsticio de verano. El porteño que mira en la tele esa noticia, pegado a su estufa, grita y tose al mismo tiempo ¡maldita sea, odio el invierno!
En Bogotá habrá llovido un poco por la mañana y después de medio día todo lo contrario: los que andan con paraguas tienen sombrilla para el sol de la tarde. El colombiano que estaba leyendo el clima en la página de Internet del diario el Espectador, ese que acaba de llegar a Buenos Aires porque vino a estudiar, dice muy bajito,¡mierda que hace frío, me quiero devolver pa. mi tierrita!
Y así todos nos guardamos en nuestras casas, yo hoy ni siquiera voy a ir a trabajar porque tengo gripe.
Y es que vivir en Buenos Aires nos hace quejumbrosos. No hay nada que nos venga bien, si hace calor es mucho calor y no nos gusta si estamos en la ciudad, la primavera tampoco porque también trae alergias, el otoño no porque el clima es raro y el invierno ni se diga, es lo peor.
Y dicen las señoras en la panadería: está para empollar todo el día.
Y dice un muchacho por la calle: salgo a trabajar a oscuras y cuando vuelvo a mi casa ya está otra vez oscuro. -Tengo sueño todo el día,-escucho decir a mi vecina. Y yo aquí, mirando por la ventana el edificio de en frente a través del esqueleto de un árbol, tomando algo caliente, pegándome a la estufa, contemplo el atardecer prematuro de las seis de la tarde.
En esta misma ventana y a esta misma hora, hace solo cinco meses era de día y yo estaba en remera, tratando de tomar algo del viento que iba por la calle, con un hielo en la boca y escuchando el tuc tuc tuc del ventilador de techo. No sabía como era el edificio de enfrente porque el árbol estaba gordo de hojas verdes. Hoy solo veo las palomas llevándose huesitos del árbol para construir sus nidos. Tomo el mate con mi gato en el pecho, ronronea y se me quiere meter dentro del saco.
Pienso en otros inviernos sin casa y sin mascota, en los que todo era triste y raro. Hace casi cinco años, cuando llegué a Buenos Aires, era invierno. La ciudad me pareció aburrida y triste, creía que aquí todos los árboles estaban muertos. ¿Quien iba a saber que a esos palos secos les volverían a salir las hojitas? primero se formaron como aguacates, luego algodones y después les salieron las hojas con ese verde nuevo que yo nunca había visto.
Pasaban los días ya se me quitaba ese frío que me hacia pensar que se me iba a caer la nariz, y el 21 de septiembre la gente guardó su ropa negra o gris para salir a las plazas de colores. No podía creer que esa misma gente contestona y quejetas ahora andara sonriendo y regalando flores. El día de la primavera era real y no una metáfora, como pensaba cuando tenía veinte años y escuchaba la canción de Calamaro “que más quisiera que pasar la vida entera como estudiante el día de la primavera”. De todas maneras no faltaba el que le estornudara a las flores, no faltaba el que dijera que todo esto es una pavada, que los estudiantes en la calle aumentan en tráfico, que el día de la primavera siempre llueve, que el mate se le enfrió.
Y poco a poco el día se alargó hasta que ya no había ocho de la noche sino ocho de la tarde. ¿Como podía ser que siguiera siendo de día hasta tan tarde? y las gotas de sudor bajando despacito a través de mi ropa, como cuando tenía trece años y nos fuimos a vivir a tierra caliente.
Y dicen las señoras en la panadería -No se puede estar ¡qué calor! -la calle está terrible, -dice cada uno al llegar al alivio del aire acondicionado. Pero a la noche no hay nadie que no esté contento, las mujeres se ven más bonitas, el carnaval los obliga a todos a salir a la calle. Y yo al lado de esa misma ventana abierta ya no tengo aire y tengo que salir al balcón. Miro el árbol con sus hojitas, que ya pasaron a otro verde. Me tomo una cerveza, el viernes por la tarde no tengo que ir a trabajar.
Y dice mi hermana, por el MSN -Oiga ¡que milagro! hoy es viernes y usted aquí conectada –
Estoy trabajando, -tardo en contestarle.
-¿No era que no trabajaba los viernes por la tarde?
-Pero eso era en el verano. –Le digo
-Es que aquí siempre es verano, - Me dice, como si nada, ella que vive en tierra caliente. Pero hacía ya un mes y medio que era otoño: cada tarde llegué del trabajo y salí al balcón para barrer las hojitas. Iban cayendo las muy rojitas, luego amarillas, se hacían un montón de colores en una sola hoja, es hermoso como todas las cosas parecen antiguas en otoño. Y con este clima tan raro yo ya no se que ponerme – Dicen las señoras de la panadería. – Otra vez se me llenó de hojas el auto, se taparon las cañerías, llueve mucho, hace frío, hace calor.
Y hoy, 21 de junio, mientras salgo al balcón a barrer unas hojitas viejas que quedaron ahí y que no las he barrido porque si, señoras y señores, hace mucho frío para estar afuera, mirando las hojitas son completamente cafés o casi negras, secas, cubiertas de polvo, que ya están muertas definitivamente concluyo que no sirve de nada andar escuchando quejas, incluyendo las mías, si de todas maneras cada año viene de la misma manera.
Ya se que el invierno que nace duele así, en las manos, en los pies. Ya se que dicen que la humedad hace que el frío se le meta a uno en los huesos, pero ahora que ya viví cuatro veces la estación, sé como es el mecanismo: poco a poco voy a ir olvidando que hizo calor, que hubo hojas en el árbol, que el día y la noche tenían más o menos las mismas horas y por eso, hoy 21 de junio, esta es mi declaración: estoy harta de las quejas, quiero que todo el mundo sepa que me encanta el invierno, que me copa el verano, que me conmueve la primavera, que contemplo el otoño con toda mi alegría.
Y le digo a las señoras de la panadería: Cómprense un abanico (Los venden en el subte a solo 10 pesitos) quítense la bufanda si les pica, nadie se los impide. Y a mi vecina le digo salud cuando estornuda y pateo las hojitas y si tengo calor puedo ir a mojarme la cara, y me tomo el mate tibio, porque me encanta el mate en todas sus formas.
Si señores porteños y demás habitantes de la ciudad: me encantan las estaciones en Buenos Aires, me gusta tener gripe para no ir a trabajar y aprovecho todo esto para decir estoy contenta de que sea otra vez invierno: que haya poca luz, porque así puedo mirar para dentro y ver la primavera que nace, invisible, circular.
y luego el verano
el otoño
y otra vez el invierno,
es invierno.
4 Copiar estructuras
1
A Sebastian le sobra la disciplina que yo necesito para terminar una obra. A mi, en cambio, me sobra la sensibilidad que el necesitaría para ver la belleza en lo inconcluso.
2
Hay Ciudades que le muestran al turismo un paisaje, una historia, una cultura. Buenos Aires, no. Buenos Aires va más allá de todo eso: Buenos Aires, capital mundial del diseño, inventa una ciudad para cada turista.
3
Tuve que vivir cinco años en el Trópico de capricornio para entender por que sus habitantes se sienten tan atraídos por los que venimos del trópico a secas: haber nacido en la abundancia gratuita del sol, crea en nosotros una forma inusual de dar las gracias y eso, entre otras cosas, es lo que nos hace tan seductores.
4
¿Saben que le faltó a Cortazar para ser tan grande como Borges? Dejar el juego.
5
En Buenos Aires la sensación térmica es como su transporte público: nunca es suficiente.
5
Tener un gato: las manos rasguñadas, los muebles rotos, las plantas fuera de su alcance y el corazón lleno de sus pelitos blancos o marrones.
6
Soy el mejor en todo, buen mozo, educado, joven, pero no tanto, mis gustos en la música son excepcionales y siempre cedo el asiento a una dama. Bueno, pero no por la mañana.
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