miércoles, 27 de abril de 2011

Elena Dallegre escribió...

Ejercicio No. 2 - El párrafo

Leo el e-mail de Andrea empiezo a inquietarme, me acaba de avisar que deja
el departamento y da por terminado el contrato este mes. Miro el calendario,
faltan solo diez días, tengo que conseguir nueva gente, sentí rabia por Andrea,
que me tomó el pelo con las fechas. ¿No pudo hacerlo de otro modo? Ahora
son dos los que se van, la ida de Marcelo no era una sorpresa, hace quince días
lo supe y una semana que puse el aviso. No podía creer cómo se maneja con
trampas la gente. En una hora llega una mujer para ver el departamento y más
tarde dos hombres. Tengo que elegir bien, la espera me tortura ojalá alguien
se decida…

¡Timbre! Abro mi puerta, es la empleada de Andrea que me trae tres llaves,
me doy cuenta que falta una, enseguida lo digo, se va y mientras camina
apurada se da vuelta y dice que la que falta la dejó sobre la mesada, se sube
al remise llevando en sus manos dos palos de escobas y un balde. Decido ir a
buscar la llave, subo dos escaleras, llego y me da placer ver el sol entrando por
la ventana, son las once de la mañana los pisos de cerámica brillan limpios,
me detengo a ver la mesada alli encuentro la llave que faltaba. Quedó una
planta en el living, una bicicleta pequeña, el teléfono en el piso, bolsas grandes
y negras cerradas que deberán llevarse y otras vacías tiradas. Cajas llenas de
libros, más platos en la alacena sin embalar.

No le quedan muchas cosas para llevar, miro los cuartos están vacíos, me voy
pensando que hoy tendré bastante trabajo entre llamados y visitas. Bajando las
escaleras veo a Manolo tirado en el piso tomando sol en el patio, lo llamo para
que me vea, y rompa este silencio, no escucha sigue acurrucado durmiendo…

lunes, 25 de abril de 2011

Aída María Bengochea escribió...

Señorita Amalia:

Acabo de descubrirla sentada en un banco de plaza, aferrada a un libro, en un gesto idéntico al que asumía cuando tomaba lista entre sus alumnos de 1er. grado. Aunque de esto último han pasado ya cuarenta años, procuro ubicarme a buen resguardo de su mirada escudriñadora. De pronto temo que, apelando a algún prodigio de memoria, usted me nombre y me conmine a abandonar el cachito de césped del que me he apropiado. Pero como nada de eso pasa, me distiendo y continúo observándola con impiadosa curiosidad.

Diría que anda pisando los setenta y que era usted muy joven cuando la tuve como maestra. Pero claro, yo la miraba con los ojos de la niña que era entonces y como su severidad no tenía atenuantes, seguramente, ni una pizca de frescura juvenil le encontraba. La recuerdo con el cabello siempre recogido en la nuca y un rostro de angulosas facciones completamente descubierto. Su contextura menuda y su baja estatura tampoco la ayudaban, porque las llevaba con una rigidez de convento.

Creo que conserva mucho de su fisonomía, porque de otro modo no habría podido reconocerla. Hasta en un detalle nimio se me hace inconfundible: lleva el mismo estilo de calzado de cuando iba a la escuela. Lo único de usted que me gustaba, le aclaro. Eran zapatos de charol algunos y de gamuza otros, chiquitos y con taco. Siempre me imaginaba jugando en casa con ellos. Ahora que lo pienso, observar sus pies debió haber sido una estrategia para evitar su mirada, aunque no siempre resultase.

Recordará que practicaba usted el ritual diario de hacer pasar al frente a quien la fiereza de sus ojos escogiera. Con esa táctica para incautos, me puso, muchas veces, ante un pizarrón lleno de números y signos incomprensibles para mis seis años. Apelaba, entonces, al zamarreo como abominable método pedagógico para desgranar ideas. En esas ocasiones, debe saberlo, yo sentía mi garganta chiquita y sus zapatos acuosos. Es más, su brutal adoctrinamiento es el argumento que hasta hoy esgrimo para justificar mi odio irremediable hacia las matemáticas.

Por suerte la encontré, señorita Amalia, para decirle que no me sucedió lo mismo con la lengua. Prueba de ello es esta carta que disfruto de escribirle, a modo de tardía rebelión y merecida venganza, mientras usted lee.

Sin más y a salvo,

Aída

domingo, 24 de abril de 2011

Marian Gibelli escribió...

Creo que era un  día frío de junio o julio. No recuerdo bien, lo que si se es que hacia mucho frio. Estábamos en un bar de la calle Córdoba. De repente te perdí entre la gente, al rato volví a verte, me dijiste algo que no entendí bien, pero era algo así como que te ibas un rato. Eran las 4 de la mañana. Empecé a dar vueltas por el lugar, me encontré con alguien. Creo que estaba Guille también.

Pasaron algunas horas, el lugar comenzó a prender las luces. Vos todavía no llegabas. Salí a la calle, encima llovía, me senté en la vereda bajo algún techito. Comencé a pensar como iba hacer para volver a mi casa. Revise mis bolsillos, resultado cero peso. Busque mi celular, iba a llamarte: batería agotada. 

Miré alrededor, la gente estaba desquiciada, apurada, borracha, perdida. Quería irme, dormir y vos no llegabas. Caminé con paso firme hacia la parada de algún colectivo para ver si el conductor accedía a llevarme gratuitamente a mi casa. No hubo caso, ninguno quería llevarme. Volví a la vereda a sentarme de nuevo bajo aquel techo. 

En esa época tenias el auto blanco, Pareció una alucinación pero afortunadamente no lo era, no me habías olvidado, volviste por mí. Claro habían pasado varias horas, ya era de día, me había mojado y enfriado. Igual ya no me importaba, me iba calentita y segura a casa.

Ahora cada vez que miro para atrás te veo al lado mío, como parte de mi vida.
Espero que así sea en el futuro. Me encanta imaginarnos dentro de quince años. Vos con tu familia y yo con la mía.
 Todos jugando en el patio de mi casa, como cuando éramos chicos. Algún domingo de verano sentados en la mesa con asado y vino. Nuestros hijos correteando por el jardín. Vos sentado durmiendo la siesta bajo la parra como el nono. Yo tomando alguna copa de más y recordando siempre nuestros momentos divertidos y felices.
Me parece maravilloso, primo mío, que podamos compartirlo.
Me despido, te quiero.

sábado, 23 de abril de 2011

Ricardo Vergara escribió...

Querido Pablo:

Has sido padre por primera vez de mellizos. Espero que junto a Mónica, tu mujer, estén pasando por un momento inolvidable, ya que la paternidad y el hecho de formar una familia merece que vivan con intensidad este momento. Recuerdo nuestra última charla caminando los tres por la Rambla y La Barceloneta, cuando hablábamos cosas de la vida, los hijos, y ustedes me decían de sus ganas de ser padres.

Cuando nació  Nicolás, en 1988, vos estuviste presente esos días antes y después del parto. Estábamos en el viejo café Bartolo de la Av.Córdoba. Recuerdo el día del parto había una huelga general de la CGT a Alfonsín, mientras que era una final en tenis de Steffy Graff con Gabriela Sabattini. Mirábamos por Tv esos 2 acontecimientos.

En esas charlas compartidas, yo estaba muy ansioso con lo que estaba pasando y eso me hacia olvidar de ese momento trascendental en la vida de un hombre que es la nacimiento de un hijo. Pensaba más en las cuentas que tenía que pagar, que en mi hijo que estaba por nacer…
En esta oportunidad, debo estar compartir todas esas sensaciones pero a la distancia, vos en Barcelona y yo aquí en Buenos Aires, pero a diferencia de aquella época la tecnología nos ayuda a compartir este momento.

Te mando un saludo, a vos los niños y a Mónica, les deseo lo mejor.

miércoles, 20 de abril de 2011

Roberto Esnaola escribió...

Incógnitas del tiempo

Me cuesta entender  el tiempo. No es que lo  quiera comprender  como quienes  lo  relacionaban  con  el espacio. Solo deseo conocer como mi existencia está determinada por él.
Creo que todo empezó hace tiempo cuando caminaba con mi amigo Serafin por  el  barrio  de San Telmo. Yo era petiso, retacón, Serafin alto, elegante, de ojos claros, le decíamos “el germano”  Los dos hablamos  sobre  el tiempo, no sobre su  esencia, sino sobre  algo  más simple,  si era tiempo de  merienda. Ninguno  de  los dos calzaba  reloj  lo cual  nos  llevaba  a  disentir sobre la hora.
Los dos caminábamos  sin destino pensando  que algo bueno nos podía ocurrir. Nuestro  vagar  nos llevó a pasar frente  a una  casa  de  remates. Un  hombre bajito  y  de cabellos blancos se  dirigió al germano y le  pregunto  amablemente  que  lo  llevaba  por  ahí. El germano como al decir menciono  que  andaba  buscando  un  reloj pulsera. Al hombre le brillaron los ojitos negros y contesto “justo estamos por  rematar uno importado”. Pasamos y  nos encontramos frente al rematador, hombre elegante, de mirada  profunda y dueño de lo que ocurría. De golpe, el rematador  como quien hace un pase de dados  extrajo un brillante reloj pulsera. Este era  hermoso, sus números flotaban en el aire y el reflejo de la maquina se transmitía por todo el local como si fuera fuego de artificio. Nos miramos con el germano y los dos sentimos que ese reloj era inalcanzable para nosotros. Luego sin más empezó el remate, mientras  algunos ofertaban,  uno de atrás pregunto sobre el origen de la máquina. El rematador lo miro como sin entender  y  contesto molesto “por supuesto Suizo”. Siguió el remate y en un momento alguien dijo 30, el germano como replicando dijo bajito 40.  El rematador se paró en seco, levanto  rápido el martillo y golpeo la tabla gritando con fuerza “VENDIDO”. Nos miramos con el germano con ojos perdidos, no entendíamos  lo que estaba ocurriendo. Al final  juntamos el dinero  y salimos del local con el reloj en nuestras manos pero sin un peso.
No sabíamos bien que habíamos comprado. Caminábamos juntos en silencio, como rumiando en nuestro interior  lo sucedido. De golpe la conmoción, nos dimos  cuenta que el  reloj  no  cambiaba  las horas ni los minutos. Ni decir los segundos, estaban  tildados.  No entendíamos lo que estaba  sucediendo, en nuestra desesperación, tocábamos el reloj por todos lados a ver si lo podíamos resucitar.  Cuando agotamos todos nuestros  recursos, el germano  clavo la hoja de la navaja al costado del reloj y lo abrió. Para nuestra  gran sorpresa el reloj  carecía de  máquina en su interior.
En ese momento  no me daba cuenta de la importancia del reloj. Me sorprendía su parte interior, era inmaculadamente limpia como si nunca hubiese  tenido un  aparato. Esta  imagen  sigue  en mi  como  la  representación  del tiempo,  como un vacío  difícil de llenar. Para mí el reloj fue el motor que despertó mi curiosidad. Cuando  note que las agujas del reloj estaban quietas  me di cuenta que el tiempo igual transcurría, las cosas seguían pasando. Luego me fui dando cuenta que el tiempo es nuestra creación,  la de los seres humanos. No hay tiempo donde no hay una mente para razonar.  Medimos el tiempo a partir del Big Bang, ¿Qué habrá pasado antes?  Pregunta que  nuestro reloj no nos puede ayudar a develar.


Mariano escribió...

Javier,

Perdón por la demora en darte noticias pero las cosas llevaron más de lo previsto. Ahora si, ya quedó vacía la casa del abuelo y los de la inmobiliaria encontraron comprador, así que en breve se vende.

Quedamos en ir todos juntos a vaciarla pero no coincidíamos en la fecha y las semanas se fueron pasando. Ibamos a ir con Paula y el marido el fin de semana largo pero se largó una tormenta imposible. Le dije que no vayamos porque íbamos a empezar y dejar todo por la mitad, porque con esa lluvia no íbamos a poder sacar nada. Aunque Paula quería ir igual la convencí de suspenderlo. Y lo pasamos para el fin de semana siguiente.

Vinieron los hijos del tío Rubén ¿te acordás?, Julio y Ernesto. Están grandes ya, me los acordaba adolescentes, ahora son dos señores. Pasaron pero no se llevaron nada, creo que en realidad querían saludar a papá, después se fueron juntos a verlo.

Papá no quiso ir, así que entre Paula y yo limpiamos todo. No había nada de valor y como hace cuatro años que la casa estaba vacía estaba todo muy deteriorado. Tiramos una cantidad increíble de cosas rotas y viejas que no entiendo para qué guardaba el abuelo. Pero algunas cosas guardamos: una radio de madera, un reloj a cuerda y unos álbumes de fotos antiguos. Paula se llevó brotes las plantas del jardín para su casa y unos libros de cocina viejísimos.

El plato fuerte fue limpiar el garaje, el auto del abuelo seguía ahí como la última vez que lo usó. Tanto es así que encontré un paquete de los cigarrillos negros que fumaba el abuelo en la guantera.
Vino tu amigo el mecánico, fue de gran ayuda. Entre los dos conseguimos ponerlo en marcha. No sabes lo que fue cuando lo sacamos a la calle, los vecinos se asomaban a saludarnos y nosotros saludábamos desde el auto. Parecía un desfile.

El mecánico conocía a un tipo coleccionista que se interesó en el auto. Consulté a papá y le pareció bien venderlo ¿qué íbamos a hacer sino con semejante pieza de museo? Así que me junté con este hombre que cuando vio el auto se quedó encantado. Hacía tiempo que estaba buscando un modelo de estos y dice que no quedan muchos en buen estado.

Cuando volví a lo del viejo con la plata me pidió que lo lleve a una bicicletería del centro. Estuvo haciendo unas averiguaciones y le compró una bicicleta a cada nieto. Así que cuando vengas en octubre ponéle el portaequipajes al auto que tenés dos bicis para llevarte.

Acá lo tengo a Nico ansioso esperando a su primo para ir juntos a tirarse por la barranca negra, desde que le conté lo que hacíamos nosotros cuándo éramos chicos.

un abrazo
Mariano

Cristina Stoppello escribió...

Fernán querido:

Camino sola por la calle y cada rincón te trae a mi recuerdo. Entro en nuestra confitería favorita y el aroma a café me devuelve tu presencia. Pido un espresso (aún te veo relamer la boca luego de dar el último sorbo antes de tu partida). Retorno al pasado y escucho aquella frase que fundó nuestro cariño. ¿La recordás? ¡Cómo me enojé cuando la dijiste! Vos te reías de mi enojo. Y me gustó tanto tu risa, que terminé por perdonarte. Pero hoy ya no te reís, y eso me asusta.

Hay un tono melancólico en tus últimas líneas. Una especie de caída de brazos que entiendo pero quiero que reviertas pronto, por vos básicamente, y porque me daña tu resignación. Sos incapaz de hacerme sufrir, ¿verdad?

Tu fatalismo: “…como si hace ya mucho tiempo hubiera pensado que las cosas debían ser así, como suceden”. No, mi querido, ese desaliento debés revertirlo. Uno va tejiendo la trama de sus aciertos y fracasos y predisponiendo los acontecimientos de su vida para bien o para mal. No te dejes llevar por “certezas” que no son tales o las convertirás en dogmas. La única certeza es esto que sentimos, nuestras caminatas sumidos en charlas filosóficas, tu brazo en mi hombro, los ojos perdiéndose en el entramado de esta ciudad anárquica pero de nosotros.

El tiempo y la distancia pueden ser feroces, pero no existen cuando los sentimientos son legítimos como los nuestros. Uno pasará pronto, la otra se reducirá con un simple viaje, que harás cuando deba hacerse. Mientras tanto, no temas ni desconfíes. Yo existo en vos y para vos. Y te abrazo. Y te beso. Y te quiero.

Tuya:

Andrea

Diana Isabel Hernández escribió...

Andreita, mi primita querida:

Hoy es tu cumpleaños y todos los que te aman te recuerdan todo el día.  Te cantan en francés, te besan en castellano.  Te llenas de nostalgia por nuestra patria querida, tan llena de sabores. Te dan ganas de tomarte un jugo de maracuyá, de guanábana o de mango.  Te quieres comer una papaya  y cuando las ganas ya son insoportables, resuelves que sería mejor beberte todo junto, al estilo de de Gloria, tu mamá. 

Quería que mi carta fuera un recuerdo muy dulce, como un jugo de Gloria, pero solo puedo compartir contigo esa nostalgia, por que aquí en Buenos Aires, como en Montpellier, no existen esas frutas en el supermercado.  Decidí entonces, que para desearte feliz cumpleaños, solo podía llevarte hasta Francia el recuerdo más feliz de nuestras vidas. Las dos trepando por los cajones del armario de mi tio Victor para alcanzar el cofre del tesoro:  esa caja antigua que por dentro tenía terciopelo verde y muchas monedas.

Fuimos hasta la tienda con los bolsillos pesados.  Llegamos al lugar favorito de las vacaciones y compramos un ejemplar de cada especie de dulce o caramelo que existía hasta la fecha. Volvimos al apartamento de nuestra abuela con los bolsillos llenos, pero no tan pesados.  Fue para nosotras el paraíso de todos los niños: que sensación tener tantos chicles reunidos en la boca, chupar los papelitos fucsias, naranjas y amarillos, los dedos azules o morados, hacer las bombas de chicle más grandes de la historia.

No se si en mi vida he tenido un momento más perfecto que ese: sin culpa, inocente, precioso y total. Creo que fue tan fascinante que ni siquiera recuerdo haber tenido dolor de estomago, ni si fue tremendo el regaño de mi tío Víctor.  Supe que ese día, contigo, había sido auténticamente feliz. Entendí que la fuerza de la palabra feliz está dada por nuestra propia capacidad de tomar, aunque sea solo para selecionar los recuerdos, las muchas sensaciones sabrosas que se pueden tener en un día.

Quiero que este cumpleaños sea más feliz que todos los demás.  No pretendo que mi carta sea el mejor regalo que recibas, pero si que sea un conjuro para traerte la felicidad.  Si no tengo esos poderes mágicos, espero llegar a tí a través de la conciencia que nos dan las palabras, cuando leemos con todo el deseo de encontrar.

Muchas veces Feliz cumpleaños.

Te quiere tu prima tonta y llorona,

Diana Isabel.

martes, 19 de abril de 2011