lunes, 25 de abril de 2011

Aída María Bengochea escribió...

Señorita Amalia:

Acabo de descubrirla sentada en un banco de plaza, aferrada a un libro, en un gesto idéntico al que asumía cuando tomaba lista entre sus alumnos de 1er. grado. Aunque de esto último han pasado ya cuarenta años, procuro ubicarme a buen resguardo de su mirada escudriñadora. De pronto temo que, apelando a algún prodigio de memoria, usted me nombre y me conmine a abandonar el cachito de césped del que me he apropiado. Pero como nada de eso pasa, me distiendo y continúo observándola con impiadosa curiosidad.

Diría que anda pisando los setenta y que era usted muy joven cuando la tuve como maestra. Pero claro, yo la miraba con los ojos de la niña que era entonces y como su severidad no tenía atenuantes, seguramente, ni una pizca de frescura juvenil le encontraba. La recuerdo con el cabello siempre recogido en la nuca y un rostro de angulosas facciones completamente descubierto. Su contextura menuda y su baja estatura tampoco la ayudaban, porque las llevaba con una rigidez de convento.

Creo que conserva mucho de su fisonomía, porque de otro modo no habría podido reconocerla. Hasta en un detalle nimio se me hace inconfundible: lleva el mismo estilo de calzado de cuando iba a la escuela. Lo único de usted que me gustaba, le aclaro. Eran zapatos de charol algunos y de gamuza otros, chiquitos y con taco. Siempre me imaginaba jugando en casa con ellos. Ahora que lo pienso, observar sus pies debió haber sido una estrategia para evitar su mirada, aunque no siempre resultase.

Recordará que practicaba usted el ritual diario de hacer pasar al frente a quien la fiereza de sus ojos escogiera. Con esa táctica para incautos, me puso, muchas veces, ante un pizarrón lleno de números y signos incomprensibles para mis seis años. Apelaba, entonces, al zamarreo como abominable método pedagógico para desgranar ideas. En esas ocasiones, debe saberlo, yo sentía mi garganta chiquita y sus zapatos acuosos. Es más, su brutal adoctrinamiento es el argumento que hasta hoy esgrimo para justificar mi odio irremediable hacia las matemáticas.

Por suerte la encontré, señorita Amalia, para decirle que no me sucedió lo mismo con la lengua. Prueba de ello es esta carta que disfruto de escribirle, a modo de tardía rebelión y merecida venganza, mientras usted lee.

Sin más y a salvo,

Aída

1 comentario:

  1. A mi parecer es ingenioso y prolijo, me gustó . Escribis en un lenguaje claro y formal. Contás la vivencia que te produjo la Srta Amalia con su temida rigidéz y dureza. Me gustó que la muestres leyendo tu carta con la que te vengáz. Mientras estás de algún modo todavía, ubicada al resguardo de su mirada y a salvo de ella. Explica el miedo y odio hacia las matemáticas por no decir a ella misma. Por el disgusto que produjo su forma de ser. Lo que más me gustó leer: " Por suerte la encontré , señorita Amalia , para decirle que no me sucedió lo mismo con la lengua . Prueba de ellos es esta carta que disfruto escribirle , a modo de tardía rebelión y merecida venganza, mientras usted lee" Buenísimo.

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