Incógnitas del tiempo
Me cuesta entender el tiempo. No es que lo quiera comprender como quienes lo relacionaban con el espacio. Solo deseo conocer como mi existencia está determinada por él.
Me cuesta entender el tiempo. No es que lo quiera comprender como quienes lo relacionaban con el espacio. Solo deseo conocer como mi existencia está determinada por él.
Creo que todo empezó hace tiempo cuando caminaba con mi amigo Serafin por el barrio de San Telmo. Yo era petiso, retacón, Serafin alto, elegante, de ojos claros, le decíamos “el germano” Los dos hablamos sobre el tiempo, no sobre su esencia, sino sobre algo más simple, si era tiempo de merienda. Ninguno de los dos calzaba reloj lo cual nos llevaba a disentir sobre la hora.
Los dos caminábamos sin destino pensando que algo bueno nos podía ocurrir. Nuestro vagar nos llevó a pasar frente a una casa de remates. Un hombre bajito y de cabellos blancos se dirigió al germano y le pregunto amablemente que lo llevaba por ahí. El germano como al decir menciono que andaba buscando un reloj pulsera. Al hombre le brillaron los ojitos negros y contesto “justo estamos por rematar uno importado”. Pasamos y nos encontramos frente al rematador, hombre elegante, de mirada profunda y dueño de lo que ocurría. De golpe, el rematador como quien hace un pase de dados extrajo un brillante reloj pulsera. Este era hermoso, sus números flotaban en el aire y el reflejo de la maquina se transmitía por todo el local como si fuera fuego de artificio. Nos miramos con el germano y los dos sentimos que ese reloj era inalcanzable para nosotros. Luego sin más empezó el remate, mientras algunos ofertaban, uno de atrás pregunto sobre el origen de la máquina. El rematador lo miro como sin entender y contesto molesto “por supuesto Suizo”. Siguió el remate y en un momento alguien dijo 30, el germano como replicando dijo bajito 40. El rematador se paró en seco, levanto rápido el martillo y golpeo la tabla gritando con fuerza “VENDIDO”. Nos miramos con el germano con ojos perdidos, no entendíamos lo que estaba ocurriendo. Al final juntamos el dinero y salimos del local con el reloj en nuestras manos pero sin un peso.
No sabíamos bien que habíamos comprado. Caminábamos juntos en silencio, como rumiando en nuestro interior lo sucedido. De golpe la conmoción, nos dimos cuenta que el reloj no cambiaba las horas ni los minutos. Ni decir los segundos, estaban tildados. No entendíamos lo que estaba sucediendo, en nuestra desesperación, tocábamos el reloj por todos lados a ver si lo podíamos resucitar. Cuando agotamos todos nuestros recursos, el germano clavo la hoja de la navaja al costado del reloj y lo abrió. Para nuestra gran sorpresa el reloj carecía de máquina en su interior.
En ese momento no me daba cuenta de la importancia del reloj. Me sorprendía su parte interior, era inmaculadamente limpia como si nunca hubiese tenido un aparato. Esta imagen sigue en mi como la representación del tiempo, como un vacío difícil de llenar. Para mí el reloj fue el motor que despertó mi curiosidad. Cuando note que las agujas del reloj estaban quietas me di cuenta que el tiempo igual transcurría, las cosas seguían pasando. Luego me fui dando cuenta que el tiempo es nuestra creación, la de los seres humanos. No hay tiempo donde no hay una mente para razonar. Medimos el tiempo a partir del Big Bang, ¿Qué habrá pasado antes? Pregunta que nuestro reloj no nos puede ayudar a develar.
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