miércoles, 20 de abril de 2011

Roberto Esnaola escribió...

Incógnitas del tiempo

Me cuesta entender  el tiempo. No es que lo  quiera comprender  como quienes  lo  relacionaban  con  el espacio. Solo deseo conocer como mi existencia está determinada por él.
Creo que todo empezó hace tiempo cuando caminaba con mi amigo Serafin por  el  barrio  de San Telmo. Yo era petiso, retacón, Serafin alto, elegante, de ojos claros, le decíamos “el germano”  Los dos hablamos  sobre  el tiempo, no sobre su  esencia, sino sobre  algo  más simple,  si era tiempo de  merienda. Ninguno  de  los dos calzaba  reloj  lo cual  nos  llevaba  a  disentir sobre la hora.
Los dos caminábamos  sin destino pensando  que algo bueno nos podía ocurrir. Nuestro  vagar  nos llevó a pasar frente  a una  casa  de  remates. Un  hombre bajito  y  de cabellos blancos se  dirigió al germano y le  pregunto  amablemente  que  lo  llevaba  por  ahí. El germano como al decir menciono  que  andaba  buscando  un  reloj pulsera. Al hombre le brillaron los ojitos negros y contesto “justo estamos por  rematar uno importado”. Pasamos y  nos encontramos frente al rematador, hombre elegante, de mirada  profunda y dueño de lo que ocurría. De golpe, el rematador  como quien hace un pase de dados  extrajo un brillante reloj pulsera. Este era  hermoso, sus números flotaban en el aire y el reflejo de la maquina se transmitía por todo el local como si fuera fuego de artificio. Nos miramos con el germano y los dos sentimos que ese reloj era inalcanzable para nosotros. Luego sin más empezó el remate, mientras  algunos ofertaban,  uno de atrás pregunto sobre el origen de la máquina. El rematador lo miro como sin entender  y  contesto molesto “por supuesto Suizo”. Siguió el remate y en un momento alguien dijo 30, el germano como replicando dijo bajito 40.  El rematador se paró en seco, levanto  rápido el martillo y golpeo la tabla gritando con fuerza “VENDIDO”. Nos miramos con el germano con ojos perdidos, no entendíamos  lo que estaba ocurriendo. Al final  juntamos el dinero  y salimos del local con el reloj en nuestras manos pero sin un peso.
No sabíamos bien que habíamos comprado. Caminábamos juntos en silencio, como rumiando en nuestro interior  lo sucedido. De golpe la conmoción, nos dimos  cuenta que el  reloj  no  cambiaba  las horas ni los minutos. Ni decir los segundos, estaban  tildados.  No entendíamos lo que estaba  sucediendo, en nuestra desesperación, tocábamos el reloj por todos lados a ver si lo podíamos resucitar.  Cuando agotamos todos nuestros  recursos, el germano  clavo la hoja de la navaja al costado del reloj y lo abrió. Para nuestra  gran sorpresa el reloj  carecía de  máquina en su interior.
En ese momento  no me daba cuenta de la importancia del reloj. Me sorprendía su parte interior, era inmaculadamente limpia como si nunca hubiese  tenido un  aparato. Esta  imagen  sigue  en mi  como  la  representación  del tiempo,  como un vacío  difícil de llenar. Para mí el reloj fue el motor que despertó mi curiosidad. Cuando  note que las agujas del reloj estaban quietas  me di cuenta que el tiempo igual transcurría, las cosas seguían pasando. Luego me fui dando cuenta que el tiempo es nuestra creación,  la de los seres humanos. No hay tiempo donde no hay una mente para razonar.  Medimos el tiempo a partir del Big Bang, ¿Qué habrá pasado antes?  Pregunta que  nuestro reloj no nos puede ayudar a develar.


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