viernes, 6 de mayo de 2011

Andrés Martínez Betancourh escribió...

Para poder creer lo que significa volar en avión para mi basta con verme, se me llena la piel de sudor,  pierdo el color y gano otros, me hablan y entiendo poco. Ese día iba solo, sin ningún familiar que me tranquilizara. Esperé sentado en la helada sala del aeropuerto de bogotano, mirando con nervios los aviones que despegaban. Solo el frío de esa sala pudo evitar que me deshidratara en sudor. Yo presentía que algo iba a pasar.

Después de un corto chequeo pude ingresar al avión, y en cuanto me senté la paranoia de catástrofe entró en mí. No quería que el avión despegara, pero tampoco podía bajarme. El destino era la ciudad de Armenia; y por lo general ese vuelo no dura más de treinta minutos. Es un sube y baja inmediato. Y entonces despegó… ¿Por qué no existe otra forma de volar, por qué hay que sufrir con los despegues?, ¡Agua, por favor!, que estoy seco. No habían pasado tres minutos y ya estaba viendo en mi ventana a la muerte. El avión partió mal y empezó a desviarse. Bogotá iba a recibir mi cadáver asustado y deshidratado.

Fueron dos minutos de desorden. Casi nadie gritó porque casi todos eligieron sentarse en la hilera afortunada con vista al cielo. Para mi fueron minutos eternos, casi como medio día. Alcancé incluso a calcular en qué zona de la ciudad caería; qué iban a decir de nosotros en las noticias, ¿mostrarían mi foto?; también visualicé el sufrimiento de mis padres, los comentarios de mis amigos, todo; hasta la pena de soltería de quien sería mi esposa en el futuro, ¿Se habría casado con otro?. La mente vuele. En cuanto llegué a mi ciudad besé el suelo.

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